El presidente estadounidense Trump parece haber retrocedido una vez más en su última amenaza de imponer un arancel adicional del 100 por ciento a los productos chinos, luego de que Beijing decidiera introducir licencias de exportación para el suministro de productos de tierras raras.
Tras hacer comentarios cargados de fuego y azufre el viernes por la mañana en respuesta a la decisión china —algunos de los más beligerantes de la guerra comercial—, Trump cambió por completo su tono durante su viaje de fin de semana a Medio Oriente.
“No se preocupen por China, ¡todo estará bien! El muy respetado presidente Xi simplemente tuvo un mal momento. No quiere una depresión para su país, y yo tampoco. ¡EE.UU. quiere ayudar a China, no hacerle daño!!!” escribió en una publicación en redes sociales.
La causa del aparente retroceso fue la reacción de los mercados. Antes de la amenaza arancelaria de Trump el viernes, Wall Street se encaminaba hacia otro máximo histórico. Al final del día, había sufrido su peor caída desde abril, cuando se hundió violentamente tras el anuncio del plan de aranceles “recíprocos” de Trump y las principales medidas de represalia contra China.
El índice S&P 500 cayó un 2,7 por ciento, lo que borró 2 billones de dólares de su capitalización bursátil total; el índice NASDAQ, dominado por tecnológicas, cayó un 3,6 por ciento, y unos 400.000 millones de dólares se esfumaron del mercado de criptomonedas. Dos de las mayores caídas en el mercado fueron las de los fabricantes de chips Nvidia y AMD, al centro del auge de la inteligencia artificial que impulsa a Wall Street. Sus acciones cayeron un 5 y un 8 por ciento respectivamente. Luego, los mercados recuperaron terreno tras el cambio de retórica de Trump.
La aguda reacción ante la amenaza arancelaria a China es solo una expresión de la extrema fragilidad del actual auge de Wall Street alimentado por la deuda, así como del creciente temor de que esta burbuja inflada pueda estallar pronto en medio del colapso de las relaciones económicas internacionales.
El impacto de la guerra comercial entre EE.UU. y China en la economía mundial fue señalado en comentarios hechos a principios de esta semana por el multimillonario de la minería del cobre Robert Friedland, director de la firma canadiense Ivanhoe Mines, al Financial Times (FT).
En una reunión anual de ejecutivos y comerciantes de la industria minera, expresó un sentimiento compartido, sin duda, por muchos en este y otros sectores, al afirmar que las tensiones globales crecientes estaban llevando a un “colapso del orden internacional”.
“Estas tensiones están balcanizando la economía mundial, y lo vemos en la industria del cobre. Se están desarrollando tensiones globales muy significativas… Nada como lo que he visto antes”.
La guerra comercial entre EE.UU. y China, en cuyo centro está la producción de chips informáticos cada vez más avanzados y los materiales de tierras raras necesarios para fabricarlos, está íntimamente vinculada a una de las cuestiones económicas clave de la actualidad: el desarrollo de la inteligencia artificial y quién tendrá el control y dominio sobre ella.
El desarrollo de la IA encierra el potencial de avances económicos y un gran impulso en la productividad del trabajo humano en todas las áreas. Pero no se está avanzando de manera racional y planificada, sino conforme a las leyes del beneficio y del mercado capitalista, lo que genera un auge en Wall Street alimentado por operaciones cada vez más arriesgadas.
Aumentan las preocupaciones de que el complejo mecanismo financiero a través del cual se está desarrollando la IA haya creado una burbuja financiera, cuyo estallido tendría consecuencias mucho mayores que el colapso de la burbuja puntocom al comienzo del siglo.
Aunque reportaron enormes beneficios, tres grandes bancos estadounidenses —Goldman Sachs, JP Morgan Chase y Citigroup— advirtieron sobre riesgos en desarrollo.
“Tenemos muchos activos que parecen estar entrando en territorio de burbuja”, dijo el director de JP Morgan, Jamie Dimon.
Las preocupaciones sobre la burbuja de la IA y las acciones asociadas fueron resumidas en un editorial del FT a principios de esta semana.
“El auge de la inteligencia artificial”, comenzaba, “está entrando en una nueva fase, más arriesgada”. Hasta ahora, el gasto en chips y centros de datos había sido financiado por “hiperescaladores”, es decir, los gigantes tecnológicos, a través de sus enormes saldos de efectivo internos.
“Pero la escala proyectada del poder de cómputo necesario para la IA generativa está ahora impulsando un viraje hacia estructuras financieras más apalancadas, opacas y circulares, lo que aumenta los riesgos económicos ligados al éxito de esta tecnología”.
Si bien las grandes tecnológicas siguen gozando de calificaciones altas, el editorial señalaba que la deuda está siendo canalizada hacia proyectos de prestatarios con grado no inversor, incluyendo a OpenAI, la desarrolladora de ChatGPT, y otras pequeñas empresas emergentes de IA, con acuerdos que implican “estructuras complejas de financiamiento circular”.
Dos de los ejemplos más destacados son acuerdos que involucran a OpenAI. En un trato con el principal fabricante de chips de IA, Nvidia, está obteniendo financiación que, en parte, se utilizará para comprar chips de Nvidia. En otro acuerdo con AMD, obtendrá acciones de la empresa por un centavo y luego, a medida que suba el valor de las acciones de AMD, podrá venderlas para financiar la compra de chips de la compañía.
El editorial del FT señaló que tanto el Banco de Inglaterra como el Fondo Monetario Internacional han advertido que las valoraciones tecnológicas están acercándose a los niveles extremos de la burbuja puntocom, lo que podría provocar una “fuerte corrección” en los mercados globales y que una “reversión repentina afectaría a fondos de inversión, pensiones y carteras minoristas”.
Y estos no serían los únicos afectados, ya que el “creciente uso de deuda, en particular de prestatarios de menor calidad, también deja expuestos a los bancos y al sector no bancario altamente apalancado ante eventuales impagos. Los acuerdos de financiamiento bilateral incestuosos solo amplifican el riesgo de efectos dominó”.
En resumen, los mecanismos actualmente utilizados para desarrollar la IA contienen el potencial para una crisis financiera en toda regla que afecte a toda la economía.
El uso de arreglos complejos de deuda y financiamiento no se limita al desarrollo de la IA. Se extiende por todo el sistema financiero y ha sido puesto en evidencia con la quiebra de la empresa de autopartes First Brands.
Las pérdidas totales derivadas del colapso ascienden al menos a 10.000 millones de dólares. Esta semana, un informe presentado en la corte por uno de los acreedores de la empresa afirmó que hasta 2.300 millones de dólares en activos de financiación comercial “simplemente desaparecieron”.
El tema principal no es tanto la cantidad de dinero involucrada, aunque significativa, sino qué financiadores estaban implicados y qué revela la experiencia de First Brands sobre el funcionamiento del sistema financiero más amplio y el auge del crédito privado.
Entre quienes participaron en el financiamiento de la casi desconocida First Brands —cuyas operaciones, al ser una empresa privada, estaban en gran medida ocultas— se encontraban nombres destacados: Jefferies, el banco de inversión neoyorquino que organizó gran parte de la financiación; una filial del banco suizo UBS que aportó una gran cantidad de dinero; y BlackRock, que proporcionó dinero a un intermediario que, a su vez, se lo prestó a First Brands.
Las pérdidas de First Brands no bastan para provocar una crisis sistémica, al menos hasta ahora. Pero la dirección de Jefferies se vio obligada a emitir una declaración afirmando que estaba “segura de que cualquier pérdida o gasto” derivado de sus inversiones, estimadas en unos 715 millones de dólares, podría ser absorbido sin problemas y que no “amenazan nuestra situación financiera ni el impulso de nuestro negocio”.
Eso puede ser cierto. Pero el hecho de que se haya tenido que emitir esa declaración fue, como siempre en estos casos, una señal de que hay preocupaciones. Y estas van más allá de First Brands.
Como señaló un comentario publicado en el Australian Financial Review: “El hecho de que este episodio se esté desarrollando públicamente tiene a muchos preocupados sobre lo que está ocurriendo detrás de escena en el opaco mundo del crédito privado”.
El precio de las acciones de los gigantes del capital privado —incluidos Blackstone, KKR, Ares Management y Apollo Global Management— ha caído un 20 por ciento en las últimas tres semanas.
El conocido vendedor en corto de Wall Street Jim Chanos dijo al FT a principios de este mes que el colapso de First Brands encendía las alarmas sobre el auge de la deuda en el mercado de crédito privado, que ha desempeñado un papel decisivo en el repunte de Wall Street.
Comparó los 2 billones de dólares en operaciones de crédito privado con el empaquetamiento de hipotecas subprime que desató la crisis financiera de 2008.
Desde los aranceles y el comercio hasta el financiamiento de la IA, el crecimiento del crédito privado y el auge alimentado por la deuda, las señales de alarma comienzan a parpadear en Wall Street.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 15 de octubre de 2025)
