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Jean-Luc Mélenchon paraliza la lucha contra el presidente francés Macron y la extrema derecha

Jean-Luc Melenchon asiste a un mitin político el sábado 25 de mayo de 2024 en Aubervilliers, cerca de París. [AP Photo/ Aurelien Morissard]

Las crisis políticas son siempre una prueba para los partidos políticos. Mientras que en tiempos normales pueden esconderse tras un velo de retórica e ilusiones, una crisis revela su verdadero carácter. Esto se aplica particularmente a la actual crisis política en Francia y al papel de La France insoumise (Francia Insumisa, LFI), dirigida por Jean-Luc Mélenchon.

La dimisión del primer ministro Sébastien Lecornu tras tan solo 27 días en el cargo y su recaptación el viernes por la noche no es simplemente otra crisis gubernamental, como las que Francia ha vivido repetidamente en las últimas tres décadas. Es una crisis del dominio capitalista. Lecornu ya es el quinto jefe de gobierno nombrado por el presidente Macron que se ve obligado a dimitir en menos de dos años. Y los mandatos son cada vez más breves.

La razón estriba en la imposibilidad de implementar, dentro del marco de las instituciones democrático-burguesas, los recortes masivos a las pensiones, beneficios sociales, educación, salud y otros servicios públicos que la clase dominante considera indispensables para financiar su enorme rearme militar, la reducción del déficit presupuestario y su voraz apetito por las ganancias.

“La causa subyacente es la persistente incapacidad del gobierno para asegurar una mayoría parlamentaria funcional para una consolidación fiscal tan necesaria”, resumió el experto financiero Mohamed El-Erian la razón de la dimisión de Lecornu en el Financial Times.

En 1929, cuando regímenes democráticos en numerosos países europeos fueron reemplazados por regímenes autoritarios y fascistas, León Trotsky comparó la democracia con “un sistema de interruptores de seguridad y fusibles para protegerse de corrientes demasiado fuertes de hostilidad nacional o social”. “Bajo una tensión demasiado alta de las oposiciones de clase e internacionales, los interruptores de seguridad de la democracia se funden o estallan. Esta es la esencia del cortocircuito de la dictadura”, escribió.

Lo mismo está ocurriendo hoy en Francia —y no sólo allí. Décadas de recortes sociales implementados por gobiernos “de izquierda” y de derecha, que han enfrentado repetidamente protestas masivas, han desacreditado a los partidos establecidos hasta tal punto que ya no logran formar mayorías estables. Representantes prominentes de la burguesía cada vez coquetean más abiertamente con la idea de llevar al poder a la extrema derecha: el Reagrupamiento Nacional  (Rassemblement National, RN) de Marine Le Pen y Jordan Bardella, y Reconquête de Éric Zemmour y Marion Maréchal-Le Pen.

Bruno Retailleau, el líder de los conservadores de Les Républicains (LR), que provocó la caída del gabinete de Lecornu con su dimisión, está dispuesto a colaborar con la extrema derecha. El expresidente Nicolas Sarkozy incluso ha declarado que el RN forma parte del “arco republicano”, es decir, que es un partido claramente democrático. Por su parte, Bardella, líder del RN, se ha mostrado dispuesto a entrar en un acuerdo de gobierno con los conservadores. En las encuestas electorales, el RN reúne un tercio de los votos, mientras que ningún otro partido supera el 15 por ciento.

Este desarrollo recuerda la agonía de la República de Weimar, cuando la crisis económica y los conflictos sociales explosivos hicieron añicos el frágil marco de la democracia. A partir de 1930, ningún gobierno contaba con mayoría parlamentaria y gobernaban mediante decretos de emergencia y medidas semidictatoriales. Finalmente, los líderes del Estado, la economía y el ejército decidieron llevar a Adolf Hitler al poder. Necesitaban a los nazis para quebrar la columna vertebral de la clase obrera.

En Estados Unidos, Trump está siguiendo un camino similar. Las guerras en curso y el declive social bajo responsabilidad de los demócratas han pavimentado su camino de regreso a la Casa Blanca. Ahora está utilizando su poder para llenar los altos cargos con fascistas, lanzar a la Gestapo del ICE contra los migrantes, destruir las conquistas sociales y reprimir la resistencia con la Guardia Nacional y el ejército. Los demócratas no resisten porque, al igual que Trump, representan los intereses de Wall Street y temen mucho más a un movimiento obrero que a una dictadura fascista.

Francia avanza en la misma dirección. La recaptación de Lecornu por parte del presidente Macron como jefe de gobierno no detendrá esto, sino que lo acelerará. Si esta vez Lecornu logra formar un nuevo gobierno, este se plegará a los dictados del capital financiero, el cual exige recortes drásticos del gasto social, ya que la alta deuda del país amenaza ahora sus ganancias y la estabilidad del euro y de la Unión Europea.

Francia se encuentra en una encrucijada: o la clase obrera interviene de forma independiente en los acontecimientos políticos, declara la guerra a la oligarquía capitalista y sus partidos y reorganiza la economía y la sociedad sobre una base socialista, o será sometida a una dictadura brutal.

Mélenchon insiste en acatar la Constitución

En esta situación, Jean-Luc Mélenchon y su LFI cumplen un papel decisivo al encubrir desde la izquierda las maniobras de la clase dominante, adormeciendo a la clase obrera y desarmándola políticamente.

Si se le cree a Mélenchon, no existe una crisis capitalista ni un peligro fascista. La caída de varios gobiernos en corto tiempo sería simplemente el resultado de la “contradicción entre la legitimidad de las elecciones presidenciales y las elecciones parlamentarias” inherente a la Quinta República. Esto, escribió Mélenchon en su blog el 6 de octubre, conduce a “una confusión en las mentes de las personas, en las instituciones, entre los actores económicos y entre los responsables políticos, lo que empeora todo”.

Mélenchon identifica al presidente como la “fuente del caos” por no aceptar los resultados de las elecciones anticipadas al parlamento y por negarse a nombrar un primer ministro de las filas del Nuevo Frente Popular (NFP), que emergió de las elecciones como la facción más fuerte. También critica a Macron por no responder a las protestas masivas de las últimas semanas.

Para abordar el núcleo del problema, según Mélenchon, es necesario “volver al pueblo”. “La legitimidad del presidente de la República debe ser cuestionada en las formas permitidas por nuestra democracia parlamentaria. Repito: en las formas institucionales que tenemos a nuestra disposición”, señaló. Concretamente, Mélenchon propone procedimientos de destitución contra el presidente, conforme a las disposiciones de la Constitución que —como él mismo sabe— son tan estrictas que no pueden cumplirse.

En otra parte de su blog, Mélenchon también insiste en el estricto cumplimiento de la Constitución y el respeto a las instituciones estatales. “La vida política de un pueblo pasa por sus instituciones. Y el respeto al funcionamiento de sus instituciones exige el respeto estricto de la voluntad del pueblo. De lo contrario, ya no hay democracia”, escribe.

El mundo entero está convulsionado. Las potencias europeas se están armando como no lo hacían desde la Segunda Guerra Mundial y están intensificando la guerra contra la potencia nuclear Rusia. En Estados Unidos, Trump está estableciendo una dictadura fascista y enfrentando una creciente resistencia de la clase obrera. En Francia, hay protestas y huelgas masivas contra Macron y su gobierno de forma regular, y la extrema derecha sigue ascendiendo. Pero Mélenchon responde jurando lealtad a la Constitución y absteniéndose de cualquier llamado a la lucha. Unos pocos cambios constitucionales —Mélenchon pide una “Sexta República”— y la elección de otro presidente serían, según él, suficientes para disipar el espectro del fascismo.

La actitud de Mélenchon recuerda a la de los socialdemócratas alemanes, quienes confiaban en el presidente del Reich y la Constitución para combatir a Hitler y —como escribió León Trotsky— creían “que la cuestión de qué clase estará en el poder en la Alemania de hoy, sacudida hasta la médula, no depende del poder de lucha del proletariado alemán, … sino de si el espíritu puro de la Constitución de Weimar (con la necesaria cantidad de alcanfor y naftalina) se asentará en el palacio presidencial”.

Tras la retórica radical de Mélenchon en sus monólogos interminables se oculta un político burgués que cree en el Estado.

El WSWS ha demostrado en numerosos artículos cómo Mélenchon ha contribuido a la crisis actual.

Nacido en 1951, comenzó su carrera política en la Organización Comunista Internacionalista (OCI) de Pierre Lambert, cuando esta rompió con el trotskismo y se aproximó al Partido Socialista (PS) de François Mitterrand. En 1976, se unió al PS y ascendió por sus filas hasta obtener un puesto como viceministro bajo Lionel Jospin en el año 2000.

En 2008, Mélenchon abandonó el PS y fundó el Partido de Izquierda. En 2016, le siguió La France insoumise, con la que obtuvo cerca del 20 por ciento de los votos en las presidenciales de 2017 y el 22 por ciento en 2022. Aunque LFI se presentaba como una alternativa de izquierda al PS y al Partido Comunista, rechazaba firmemente un análisis de clase de la sociedad y una orientación hacia la clase obrera. En su lugar, se apoyaba en teorías populistas desarrolladas por los sociólogos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, que también son invocadas por otros partidos pseudoizquierdistas como Podemos en España.

En su libro L’ère du peuple (La era del pueblo), publicado en 2014, Mélenchon escribe: “La acción se llevará a cabo en nombre del interés humano general: ese será el nuevo grito de batalla. El pueblo lo dirigirá, no una clase particular que gobierna sobre el resto de la población”.

Ahora está claro lo que se oculta tras esta invocación del “pueblo”: el rechazo de la lucha de clases en favor de maniobras políticas miserables dentro del marco del orden burgués. En el caso de Mélenchon, esto va de la mano con un nacionalismo desatado: profesa su compromiso con los intereses de Francia, tanto en política exterior como económica. La clase obrera internacional no tiene lugar en su universo.

Aunque ahora pide su destitución, Mélenchon desempeñó un papel clave para mantener en el poder al odiado presidente. Para las elecciones parlamentarias anticipadas de 2024, LFI forjó una alianza con los desacreditados socialistas, comunistas y ecologistas bajo el nombre del Nuevo Frente Popular (NFP) y cedió numerosos distritos a ellos. En la segunda vuelta, muchos candidatos del NFP se retiraron en favor del partido presidencial, Ensemble, fortaleciendo así la base de Macron. Los gobiernos posteriores también pudieron confiar una y otra vez en el apoyo del NFP.

Durante la reciente crisis gubernamental, Mélenchon no participó en las negociaciones con Macron para no deslegitimarse demasiado. Los otros partidos del NFP —los socialistas, los verdes y los comunistas— trabajaron de forma intensiva con Macron para ayudarle a resolver la crisis. Repetidamente ofrecieron formar un gobierno bajo su presidencia. Y mientras Mélenchon mantenía una actitud públicamente reservada, dos dirigentes de LFI, Manuel Bompard y Mathilde Panot, apelaron a socialistas y verdes para formar un gobierno conjunto.

La lucha contra Macron y la amenaza de un ascenso de la extrema derecha solo puede librarse contra Mélenchon y su LFI. Requiere una perspectiva socialista que unifique a la clase obrera internacional, no consignas populistas que paralizan y desorientan a los trabajadores y jóvenes.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 12 de octubre de 2025)

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