Los jefes de todas las principales potencias europeas se dirigen hoy a Washington para mantener reuniones de emergencia con el presidente estadounidense Donald Trump y el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, tras la cumbre de Trump con el presidente ruso Vladímir Putin en Alaska el viernes. Esa reunión, en la que Trump abrazó calurosamente a Putin y pidió una paz negociada en Ucrania, ha desencadenado una crisis política en toda Europa.
Viajarán a Washington el canciller alemán Friedrich Merz, el presidente francés Emmanuel Macron, el primer ministro británico Keir Starmer, el secretario general de la OTAN Mark Rutte, el presidente finlandés Alexander Stubb, la primera ministra italiana Giorgia Meloni y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Su objetivo es presentar un frente unido ante las consecuencias del giro de Trump en el apoyo de Estados Unidos a la guerra de Ucrania, con la esperanza de que puedan evitar que Trump finalice abruptamente toda su operación.
Antes de las conversaciones del lunes, el debate en los medios de comunicación y entre los funcionarios tanto de Estados Unidos como de Europa se centró en si algún acuerdo implicaría “garantías de seguridad” vinculantes para Ucrania y, al mismo tiempo, si obligaría a Ucrania a entregar territorio a Rusia. El domingo, el enviado especial de Estados Unidos, Steve Witkoff, dijo a CNN que por primera vez Rusia había acordado permitir que Estados Unidos y las potencias europeas extendieran una “protección similar al Artículo 5” a Ucrania, una referencia a la cláusula de defensa mutua de la OTAN.
Zelenski lo llamó “una decisión histórica”, escribiendo en X que las garantías deben proporcionar “protección en tierra, en el aire y en el mar” con la plena participación de Europa. Al mismo tiempo, sin embargo, Trump se ha distanciado de Ucrania y de las principales potencias europeas al respaldar la demanda de Putin de que Kiev ceda territorio, incluidas secciones de la región de Dombás que actualmente no están bajo control ruso.
Este posible giro había sido evidente durante algún tiempo. La cumbre de Alaska lo hizo oficial, y la reacción en las capitales europeas ha rayado en la histeria, aumentada por el hecho de que Ucrania ha sufrido una serie de derrotas militares. Independientemente de lo que declaren públicamente, la realidad es que, sin el respaldo de Estados Unidos, la guerra en Ucrania se vuelve insostenible. La alianza de la OTAN se ha mantenido unida hasta ahora por la feroz hostilidad de Washington hacia Rusia, una política encabezada por la Administración demócrata de Biden.
Trump, reviviendo la tradición ultraderechista de “Estados Unidos primero” de la era de la Segunda Guerra Mundial, representa a capas de la clase dominante estadounidense orientadas hacia la guerra en el Pacífico y la confrontación con China. Ha combinado esta perspectiva con medidas arancelarias y de guerra comercial dirigidas contra las potencias europeas. Para esta facción, la finalización del conflicto con Rusia en Ucrania ofrece ventajas potenciales: asegurar el acceso a recursos vitales en Rusia y Ucrania, aflojar la alineación de Moscú con Beijing y debilitar el imperialismo europeo.
Particularmente desde la reelección de Trump, los círculos de política exterior de los Estados Unidos han discutido una estrategia de “Kissinger al inverso”. Frente al ascenso económico de China, su objetivo es invertir la política defendida en la década de 1970 por el secretario de Estado del presidente estadounidense Richard Nixon, Henry Kissinger, de aliarse con China contra la Unión Soviética. En un artículo titulado “¿Un ‘Kissinger al inverso’?”, el grupo de expertos del American Enterprise Institute respaldó los intentos de aliarse con Rusia contra China, pero señaló que la guerra de Ucrania era un obstáculo para ganarse a Putin. Señalaba:
Moscú y Beijing se han visto obligados a unirse por la guerra en Ucrania. Poner fin a esa guerra y reparar los lazos con el presidente ruso Vladímir Putin podría ralentizar la convergencia chino-rusa, y tal vez incluso convertir a Moscú en un socio para contener a Beijing. La aspiración es admirable... No funcionó, porque Putin estaba menos interesado en la estabilidad que en absorber Ucrania.
Al mismo tiempo, cualquier cambio en la política de Washington hacia Rusia provocará amargos conflictos dentro del aparato estatal estadounidense. Para los sectores poderosos de la clase dominante, la derrota de Rusia sigue siendo innegociable, no solo para salvar la credibilidad del imperialismo estadounidense después de invertir grandes sumas en la guerra de Ucrania, sino también porque consideran que las concesiones a Moscú debilitan la confrontación más amplia con China.
Los jefes del imperialismo europeo que convergen en Washington no solo buscan presionar directamente a Trump, con la esperanza de ganar tiempo o incluso cambiar de rumbo, sino también reunir aliados dentro del establishment político estadounidense para bloquear cualquier abandono de la campaña de guerra de la OTAN.
Independientemente de cómo se desarrolle la situación, se deben enfatizar ciertos temas fundamentales. En primer lugar, el giro de Trump en Ucrania no es una “política de paz”. Su apoyo al genocidio en Gaza y el bombardeo de Irán lo dejan claro. Las divisiones dentro de la clase dominante estadounidense se centran en cuestiones tácticas relacionadas con un proyecto compartido de dominación global.
En segundo lugar, la maniobra de Trump tiene lugar en el marco de una escalada de la guerra global y la intensificación de los conflictos entre Estados Unidos y las potencias imperialistas europeas. Los costos de este conflicto se costearán a través de un asalto masivo a la clase trabajadora.
En toda Europa, los Gobiernos están llevando a cabo un vasto programa de remilitarización que solo puede financiarse desmantelando lo que queda de las protecciones sociales y desviando billones a una acumulación militar. En los Estados Unidos, Trump está encabezando una contrarrevolución social y la imposición de una dictadura contra la clase trabajadora, derribando todas las restricciones a la acumulación de riqueza por parte de los ricos. Un elemento de sus cálculos es, sin duda, la necesidad de redirigir los recursos militares hacia el entorno cercano en América Latina y contra los trabajadores dentro de los propios Estados Unidos.
En tercer lugar, los elogios aduladores de Putin a Trump en la cumbre del viernes subrayan el carácter completamente reaccionario del Gobierno ruso. La adulación ridícula por parte de Putin recuerda el infame brindis de Stalin por Hitler en agosto de 1939, cuando se estaba concluyendo el Pacto de No Agresión Stalin-Hitler: “Sé cuánto ama la nación alemana a su Führer. Por lo tanto, me gustaría brindar por su salud”. En una semana, la Segunda Guerra Mundial había estallado; dos años después, Hitler lanzó su invasión de la Unión Soviética, cobrándose 27 millones de vidas soviéticas.
Al igual que Stalin, Putin busca acuerdos con el imperialismo que solo pueden terminar en un desastre para la clase trabajadora. La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 fue provocada por las potencias imperialistas estadounidenses y europeas, a través de la implacable expansión de la OTAN hacia el este y la negativa a negociar sobre Ucrania. La invasión, sin embargo, fue la acción de un Estado burgués que defendía sus propios intereses. No tenía nada en común con la movilización independiente de la clase obrera rusa o ucraniana contra el imperialismo.
El carácter reaccionario del Gobierno de Putin se ve subrayado por su alineación con las fuerzas de extrema derecha en toda Europa y Estados Unidos, incluido Viktor Orbán en Hungría, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia y Alternativa para Alemania. Estas fuerzas se verán fortalecidas por la realineación que se está llevando a cabo.
El resultado de las conversaciones de hoy en Washington sigue siendo incierto, pero lo que está fuera de toda duda es que persisten las tendencias fundamentales que conducen al mundo hacia la catástrofe. No habrá una solución progresista a esta crisis sin la intervención independiente de la clase obrera internacional.
El movimiento trotskista rechaza completamente el mantra oportunista de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Ni las maniobras de Trump, ni las intrigas de las potencias europeas, ni los cálculos reaccionarios de Putin ofrecen un camino a seguir. La lucha contra el genocidio, la austeridad, la dictadura y la guerra requiere la construcción de un movimiento socialista internacional consciente de la clase trabajadora, luchando irreconciliablemente contra todos los Gobiernos capitalistas y sus agentes políticos.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 17 de agosto de 2025)