El Gobierno de Trump conmemoró sus seis meses el domingo, con los alardes usuales de la Casa Blanca sobre su éxito sin paralelo, así como las evaluaciones igual de vacías de la prensa corporativa representando a Trump como un titán que rehízo la vida política estadounidense. La realidad es que este es un Gobierno caracterizado por métodos dictatoriales, provocaciones militaristas y una profunda impopularidad. Y está entrando en una crisis política que bien podría provocar su colapso.
El escándalo sobre el encubrimiento deliberado de los lazos de Trump con el especulador y traficante sexual condenado, Jeffrey Epstein, seis años después del supuesto suicidio de Epstein en la celda de una prisión en Manhattan, no es algo insignificante. Recuerda escándalos del siglo veinte como el de Stavisky (1933-34) en Francia y el de Profumo (1963) en Reino Unido, que tumbaron Gobiernos y provocaron importantes giros en la vida política de cada país.
Vale la pena analizar estas experiencias históricas, entendiendo siempre que no se trataba de mala conducta individual, ya sea sexual o financiera, sino que revelaban la profunda corrupción de toda una clase dominante, descreditando todo el orden político burgués en Francia y al colapso del Gobierno conservador en Reino Unido. El escándalo de Epstein tiene implicaciones aún más trascendentales, ya que está exponiendo la criminalidad de la clase dominante en los Estados Unidos, el centro del capitalismo mundial.
El caso Stavisky tuvo lugar cuando Francia se tambaleó bajo el impacto de la Gran Depresión y la llegada al poder de Hitler en Alemania en 1933. Alexandre Stavisky era un judío ruso, criado en Francia, que ideó un método de estafa financiera que implicaba la emisión de bonos municipales sin valor basados en garantías fraudulentas, incluidas joyas falsas.
Cuando su esquema comenzó a ser expuesto, muchos funcionarios del Partido Socialista Radical, el partido burgués entonces en el poder en Francia, fueron implicados. Pero a través del soborno desenfrenado y la manipulación legal, Stavisky logró posponer su juicio por fraude 19 veces en seis años, en medio de la creciente indignación pública. En enero de 1934, fue encontrado muerto de una herida de bala, y su muerte fue calificada como un suicidio, como en el caso de Epstein. Se levantaron cejas cuando algunos periódicos de París señalaron que la bala fue disparada desde una distancia que parecía descartar una herida autoinfligida.
Solo un mes después, azuzados por la agitación antisemita por el asunto Stavisky, una banda de fascistas atacó el Parlamento francés y tuvo que ser expulsada con armas de fuego por la policía. El primer ministro francés renunció y una coalición de derecha llegó al poder, un cambio de gobierno que presagiaba el ignominioso colapso de Francia ante la invasión nazi en junio de 1940.
León Trotsky escribió sobre el intento de golpe fascista:
Naturalmente, en Francia se ha pensado durante mucho tiempo que el fascismo no tenía nada que ver con este país. Por ser Francia una república, en ella todas las cuestiones son resueltas por el pueblo soberano mediante el sufragio universal. Pero el 6 de febrero de 1934, miles de fascistas y monárquicos, armados con revólveres, palos y cuchillas, impusieron al país el régimen reaccionario de Doumergue, bajo cuya protección siguen creciendo y armándose las bandas fascistas. (¿Hacia dónde va Francia?, pág. 3)
El escándalo Profumo, 30 años después, cruzó un escándalo sexual y la política de la Guerra Fría. John Profumo, un parlamentario conservador, ocupó el cargo de secretario de Estado para la Guerra, el equivalente al ministro de Defensa, el principal funcionario civil que supervisa al Ejército. Estableció una relación con la modelo y prostituta Christine Keeler, quien le fue presentada por el osteópata de alta sociedad Stephen Ward, actuando como su proxeneta. (Ward tenía a Winston Churchill y J. Paul Getty entre sus pacientes, así como a numerosos miembros de la realeza). Keeler era al mismo tiempo la amante de Yevgeny Ivanov, un agregado naval en la Embajada soviética en Londres.
Cuando surgieron los primeros rumores del asunto en marzo de 1963, Profumo lo negó en un discurso ante el Parlamento, y fue apoyado por la dirección del Partido Conservador, incluido el primer ministro Harold MacMillan. Tres meses después, Profumo se vio obligado a admitir su relación con Keeler y renunciar a su cargo como ministro de Defensa por mentir al Parlamento y comprometer potencialmente la seguridad militar británica.
Los trotskistas británicos, entonces organizados como la Socialist Labour League, respondieron al escándalo de Profumo con la mayor seriedad. El líder de la SLL, Gerry Healy, escribió un comentario de primera plana en el periódico del partido, The Newsletter, sobre la renuncia de Profumo, bajo el título: “Mentiras y corrupción, la verdad sobre el conservadurismo”. Escribió:
A través de todos estos eventos devastadores, se sacan a la luz más y más pruebas que demuestran de manera concluyente que la clase dominante y el inframundo criminal se codean en los mismos círculos.
Líderes obreros como Harold Wilson nos dicen que el escándalo de Profumo no es una cuestión moral. Este es el lenguaje de los farsantes e hipócritas. Es una cuestión moral, una cuestión de moralidad de clase.
El escándalo de Profumo destrozó la credibilidad del primer ministro MacMillan, quien renunció a finales de año, dando paso a un régimen provisional que fue reemplazado por el Partido Laborista en las elecciones de 1964, poniendo fin a 13 años bajo el conservadurismo. Stephen Ward, llevado a juicio por su papel central en el escándalo, se suicidó muy convenientemente (y al igual que Epstein) supuestamente antes de que se pudiera emitir un veredicto, y antes de que pudiera dar más nombres.
El escándalo de Epstein en los Estados Unidos combina muchos de los mismos elementos malignos: explotación sexual, manipulación financiera, un “suicidio” en circunstancias sospechosas, el turbio papel de la policía y las agencias de inteligencia. La corrupción a escala “estadounidense” es casi incomprensible en su tamaño. Según los informes, el FBI ha identificado a más de mil niñas que fueron víctimas del tráfico sexual de Epstein, un número asombroso. Lo que resulta igual de asombroso es el número de hombres ricos y poderosos, vástagos de la oligarquía gobernante, que han sido sometidos a la justicia: cero.
Aún no se puede determinar si hay una “lista de clientes” que se hará pública. Pero Epstein ciertamente tenía algunos medios para contactar a sus clientes y mecenas, y formas de hacer un seguimiento de aquellos que le debían favores monetarios, políticos o de otro tipo. Como señaló un informe, una sola cuenta bancaria de Epstein tenía más de 4.000 transferencias de dinero listadas, y tenía muchas de esas cuentas en diferentes bancos.
Son las vastas dimensiones del caso de Epstein, no solo la aparente conexión personal de Trump, lo que explica el prolongado encubrimiento, antes y después de la muerte de Epstein. La Administración de Biden no hizo nada en cuatro años, ya que los clientes de Epstein sin duda incluían a muchos demócratas prominentes. De ahí el nerviosismo tanto del Departamento de Justicia como de los medios corporativos ante la investigación.
La demanda de Trump contra el Wall Street Journal, anunciada el viernes, bien podría ser una devastadora herida autoinfligida, ya que podría exponerlo a un testimonio de deposición sobre sus relaciones con Epstein, un viejo amigo y socio. Epstein recibió un trato indulgente por parte del fiscal federal para el sur de Florida, Alexander Acosta, quien luego fue designado por Trump como su secretario de Trabajo.
El resurgimiento del caso Epstein revela profundas fisuras dentro de la supuestamente inquebrantable “base” de Trump, ya que fascistas como Steve Bannon y Alex Jones denunciaron por primera vez a la fiscala general Pam Bondi, y luego dieron marcha atrás abruptamente bajo las órdenes de Trump. Entre los millones de personas que votaron por Trump, debido a la ira por las dificultades económicas provocadas por las políticas proempresariales de la Administración de Biden, el caso Epstein solo profundiza su disgusto con toda la política capitalista.
Estos cambios demuestran cuán falsos son los medios corporativos y la narrativa del Partido Demócrata sobre la invencibilidad política de Trump. La verdad es que Trump es ampliamente odiado y que decenas de millones desprecian sus políticas, particularmente en la persecución de inmigrantes y el ataque a los derechos democráticos y los beneficios sociales. Han dado a conocer sus opiniones en algunas de las protestas más grandes de la historia de Estados Unidos. La encuesta de opinión pública más reciente registra su índice de aprobación en solo el 42 por ciento.
Trump solo parece “fuerte” en comparación con los eunucos políticos del Partido Demócrata, cuya cobardía enfurece a aquellos que desean luchar contra Trump y el fascismo. La oposición masiva a Trump no encuentra expresión dentro del Partido Demócrata. Por el contrario, el Partido Demócrata, los sindicatos y las figuras políticas pseudoizquierdistas que lo apuntalan, son la principal línea de defensa de Trump.
Hay otra similitud entre los escándalos de Stavisky y Profumo y el escándalo actual sobre Jeffrey Epstein. Todos estuvieron o están relacionados con la profundización de las tensiones sociales, que hierven a fuego lento justo debajo de la superficie y que pronto estallarán en las batallas de clases de la década de 1930, la radicalización masiva de la década de 1960 y ahora las explosiones políticas que están en la agenda en la segunda mitad de la década de 2020.
Impulsar estas luchas son problemas mucho más profundos que la corrupción de Trump y de toda la élite gobernante, por mucho que provoque indignación masiva. La inflación continúa desgarrando el nivel de vida de las masas, incluso cuando la infraestructura social es sistemáticamente destrozada por los recortes presupuestarios y los despidos masivos en Washington. Para la gran mayoría, las condiciones de vida se han vuelto cada vez más imposibles.
Trump sacó provecho de las ilusiones y el descontento para volver al poder en las elecciones de 2024, con la ayuda indispensable de los demócratas. Pero tarde o temprano, como cualquier estafador, llega el día de un ajuste de cuentas. Ahora busca superar la crisis, pidiendo el apoyo de sus oponentes en la élite gobernante, a través de iniciativas de política exterior como la reanudación de los envíos de armas a Ucrania.
La clase trabajadora no puede simplemente sentarse y permitir que pase la crisis. Esto significaría permitir que la clase dominante resuelva las cosas, de una manera que satisfaga sus intereses, con o sin Trump. Ese es el camino que ofrece el Partido Demócrata y sus aliados y apologistas.
El primer paso crítico es desarrollar la lucha de clases y convertirla en la base para la intervención independiente de la clase trabajadora en la vida política. Esto significa romper con la camisa de fuerza de los sindicatos a través de la construcción de comités de base en los lugares de trabajo y en los barrios que asumirán las tareas inmediatas de defensa de los derechos democráticos y los intereses económicos de los trabajadores.
El desarrollo de la lucha de clases debe estar conectado a una lucha política internacional por el socialismo. Si Trump es la encarnación de la oligarquía criminal, la cara del inframundo político ahora en el poder, la oposición de masas desde abajo es la cara del futuro, las próximas luchas de masas de la clase trabajadora contra la aristocracia financiera y sus defensores. La victoria en estas luchas requiere el desarrollo de una dirección revolucionaria consciente de la clase trabajadora, el Partido Socialista por la Igualdad.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 22 de junio de 2025)