Tan solo 12 días después de orquestar una masacre que dejó 19 muertos y más de 400 heridos en todo el país, el presidente William Ruto volvió a desplegar a la policía armada para reprimir brutalmente las protestas. En los distritos obreros y asentamientos informales de Nairobi, la policía abrió fuego con munición real, gas lacrimógeno y cañones de agua, matando a 10 personas y dejando muchas más heridas.
Las protestas conmemoran el 35º aniversario del levantamiento de Saba Saba de 1990, cuando sectores de la oposición burguesa encabezaron movilizaciones exigiendo elecciones multipartidistas y el fin del régimen respaldado por Occidente del entonces presidente Daniel arap Moi, mentor político de Ruto y arquitecto del estado policial de partido único en Kenia.
Las protestas de este año, encabezadas en gran parte por jóvenes de la clase trabajadora, estallaron en las principales ciudades y pueblos de Kenia —incluyendo Nairobi, Nakuru, Nyeri, Embu y Ongata Rongai—, a pesar del masivo despliegue de seguridad del régimen. En Nairobi, la policía bloqueó todos los accesos al distrito central de negocios y erigió al menos 25 barricadas en los barrios obreros aledaños. El centro de la capital se transformó en una ciudad fantasma. Las escuelas y centros comerciales cerraron anticipando la brutal represión.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos de Kenia informó anoche de diez muertes, veintinueve heridos, dos casos de secuestro y treinta y siete arrestos en diecisiete condados.
La Comisión documentó la presencia de numerosos oficiales encapuchados, sin uniforme, viajando en vehículos sin identificación, patrullando las principales ciudades. También observó que grupos de matones avalados por el Estado, armados con garrotes, machetes, lanzas y arcos y flechas, operaban junto a la policía.

En la víspera de las protestas, el secretario del gabinete de Servicio Público, Geoffrey Ruku, amenazó a los funcionarios públicos con sanciones disciplinarias si no se presentaban a trabajar el 7 de julio. Durante un acto religioso en el condado de Embu, al que asistió Ruto, Ruku insistió: “Mañana, lunes, no es feriado. Todos los funcionarios públicos de la República de Kenia deben presentarse en sus oficinas sin excepción”.
Esa misma noche, Ruto ordenó a la policía bloquear todo acceso al centro de la ciudad e instruyó a los Ferrocarriles de Kenia a suspender el servicio hacia Nairobi, haciendo imposible que los funcionarios gubernamentales acudieran a sus oficinas. Las fuerzas de élite Green Berets de las Fuerzas de Defensa de Kenia fueron puestas en alerta, demostrando la creciente dependencia del régimen hacia el ejército para suprimir la oposición.
Matones respaldados por el gobierno atacaron las oficinas de la Comisión de Derechos Humanos de Kenia (KHRC) en Nairobi. Los atacantes irrumpieron en el edificio, destruyeron propiedad y sabotearon una conferencia de prensa convocada por el personal y activistas de la KHRC. La comisión es una de las pocas organizaciones que documenta sistemáticamente los asesinatos, heridas y desapariciones forzadas cometidas por la policía.
La represión también alcanzó a la oposición burguesa. Wanjiku Thiga, líder juvenil del partido Democracia para los Ciudadanos (DCP), del vicepresidente Rigathi Gachagua, fue arrestada, liberada bajo fianza y detenida de nuevo momentos después en una operación encubierta liderada por la Dirección de Investigaciones Criminales (DCI, por sus siglas en inglés). Peter Kinyanjui, coordinador juvenil del DCP, fue detenido por el policía justo después de salir del tribunal en Ruiru.
Ninguna figura expone con mayor claridad la bancarrota de la clase gobernante keniana que Raila Odinga. Tras haber sido uno de los líderes del levantamiento burgués de Saba Saba en 1990, hoy es socio en el gobierno mientras Ruto reconstruye el mismo estado policial modelado por Moi.
En los días previos a la conmemoración de Saba Saba de este año, Odinga anunció un acto en el Campo Kamukunji, lugar simbólico de la protesta original. Pero se trataba de una puesta en escena cuidadosamente diseñada para disipar la ira popular. Ante el previsible vacío del sitio por los bloqueos de carretera custodiados por la policía, Odinga ofreció una conferencia de prensa desde el lujoso Hotel Serena de Nairobi.
Cínicamente, propuso “una cumbre nacional intergeneracional e inclusiva para escuchar al pueblo a través de todas las divisiones y proponer reformas y cambios irreductibles”. Hizo un llamado a una “reforma policial integral, enfocada en mejorar la rendición de cuentas, la transparencia y las relaciones entre la policía y la ciudadanía,” mientras las fuerzas policiales del gobierno que él respalda asesinaban manifestantes a solo kilómetros de distancia.
Durante décadas, Odinga se ha presentado como la voz de la resistencia democrática, solo para traicionar cada movimiento de masas que amenazaba con escapar del control de la oposición burguesa.
Tras encabezar las protestas contra la dictadura de Moi en los años 90, se unió al partido KANU de Moi y se desempeñó como ministro de Energía. En 2008, después de las elecciones manipuladas de 2007, entró en un gobierno de coalición con Mwai Kibaki, legitimando un régimen responsable de asesinar a más de 1.200 de sus propios partidarios. Repitió la traición en 2018, al aliarse con el entonces presidente Uhuru Kenyatta. En 2023, movilizó brevemente protestas contra la Ley de Finanzas dictada por el FMI y apoyada por Ruto, solo para cancelarlas al momento en que amenazaban con convertirse en un poderoso movimiento fuera de su control. El año pasado, se unió a Ruto en nombre del “diálogo”.
Odinga está perdiendo rápidamente su control. En su base política de Luo Nyanza, el descontento está al borde del estallido. La semana pasada, en el condado de Homa Bay, miles de jóvenes cargaron el ataúd del bloguero asesinado Albert Ojwang y asaltaron la comisaría de policía de Mawego, incendiándola. Ojwang fue arrestado en Homa Bay y trasladado a Nairobi, donde fue torturado y asesinado bajo custodia policial. Los dolientes exigieron que su cuerpo fuera devuelto al lugar de su arresto. Según familiares, se advirtió a Odinga que no asistiera al funeral. El periódico The Standard informó que era “la primera vez que Raila ha sido impedido de asistir a un entierro en Luo Nyanza,” señalando una ruptura histórica con una población mantenida por décadas bajo control mediante la demagogia tribal de Odinga.
La crisis en Kenia está siendo observada de cerca por la élite financiera global. The Economist, portavoz de la “aristocracia financiera”, como la describía Marx, emitió una advertencia titulada: “William Ruto está llevando a Kenia a un lugar peligroso”. “Los instintos autoritarios de Ruto están empujando a una espiral de violencia”, escribió, lamentando que esta “espiral de disturbios y represión está erosionando las libertades civiles y podría poner en peligro las reformas económicas”. La revista expresó su preocupación de que “la incapacidad de Ruto para construir consenso podría retrasar o descarrilar las necesarias reformas económicas” y pidió que se aparte antes de las elecciones de 2027 en favor de una figura menos desacreditada capaz de aplicar la austeridad.
La profundización de la crisis en Kenia no es producto de un solo hombre ni de un solo gobierno. Es el resultado de décadas de dominio capitalista por parte de una élite burguesa corrupta, subordinada al imperialismo y completamente hostil a los intereses de las masas trabajadoras. La brutal represión ordenada por Ruto, la complicidad de figuras como Odinga y la intensificación del aparato represivo conducen a una conclusión: la clase capitalista no tiene ningún papel progresista que desempeñar en la sociedad keniana.
Las advertencias de The Economist reflejan el pánico dentro de las clases dominantes a nivel internacional. Su preocupación no reside en el derramamiento de sangre o la demolición de los derechos democráticos, sino en que la represión desmedida de Ruto pueda provocar un levantamiento incontrolable que amenace la capacidad de imponer la austeridad dictada por el FMI.
Lo que más temen es que la revuelta en las calles de Kenia desencadene una explosión más amplia en África oriental y meridional. Las mismas condiciones existen en toda la región: dictadura en Uganda bajo Museveni, represión preelectoral en Tanzania, ira de masas en Mozambique, y tensiones sociales al borde del estallido en una Sudáfrica profundamente desigual. Las protestas en Kenia son el presagio de una convulsión revolucionaria más extensa.
Pero la ira espontánea no basta. La historia de Kenia está plagada de traiciones por parte de figuras de la oposición que canalizaron luchas populares militantes hacia los brazos de los mismos regímenes que decían combatir, para preservar el orden capitalista.
La clase trabajadora debe colocarse a la cabeza de este movimiento, forjando una dirección revolucionaria basada en el internacionalismo socialista. La lucha por los derechos democráticos y la justicia económica no puede separarse de la lucha por derrocar el capitalismo. Esto requiere un programa político claro basado en la construcción de un gobierno de trabajadores y campesinos, la expropiación de la élite gobernante y del capital extranjero, y la reorganización de la sociedad en función de las necesidades de las mayorías, no de las ganancias de unos pocos.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 7 de julio de 2025)
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