Cualquiera que haya seguido el congreso del Partido Socialdemócrata (SPD) en Berlín el pasado fin de semana debe responder una vez más a la pregunta: “¿Existen límites para la decadencia y bancarrota política de los socialdemócratas?”—con un rotundo “No”.
Antes del congreso, la sede central del SPD en la Casa Willy Brandt había declarado que la tarea principal era examinar el desastroso resultado electoral en las últimas elecciones al Bundestag (parlamento federal) en febrero. El SPD obtuvo apenas el 16,4 por ciento de los votos—su peor resultado histórico. Pero durante el congreso, la dirección encabezada por el presidente del partido, Lars Klingbeil, y el ministro de Defensa, Boris Pistorius, impuso exactamente las mismas políticas que provocaron estas grandes pérdidas—e incluso las intensificaron.
El verdadero preludio del congreso ya había tenido lugar en el Bundestag, cuando la bancada parlamentaria del SPD, casi por unanimidad, votó a favor de un ataque masivo contra los refugiados y solicitantes de asilo. En medio de los aplausos sostenidos por parte de los diputados de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), el Bundestag votó suspender la reunificación familiar para personas con el estatus de “protección subsidiaria”. Según Pro Asyl, se trata de personas que enfrentan un grave peligro si son devueltas a su país de origen, aunque no cumplan los criterios estrictos para el estatus de refugiado según la Convención de Ginebra de 1951. Son personas que han huido de guerras y conflictos civiles, y que a menudo llevan años viviendo en Alemania sin padres, hijos o parejas. Ahora, el Bundestag les ha quitado incluso la ya limitada posibilidad de reunificación familiar. Solo dos diputados del SPD desafiaron la disciplina de partido y votaron en contra de esta brutal e inhumana decisión—una que básicamente adopta la política de la AfD.
Durante la apertura del congreso, el presidente del partido, Klingbeil, hizo un llamado a la unidad dentro del aparato partidario. “En tiempos difíciles”, dijo, era necesario cerrar filas. La crítica debía “permanecer dentro de ciertos límites” y no debía caer por debajo de “la medida necesaria de solidaridad entre socialdemócratas”. Las disputas internas, los conflictos personales y las filtraciones—a menudo en perjuicio de la dirección del partido—habían causado mucho daño en el pasado.
Al referirse al desastroso resultado electoral y al ambiente prevaleciente de desesperanza, Klingbeil dijo que seguía leyendo comentarios y editoriales que afirmaban: “En realidad, la socialdemocracia ya no es necesaria”. Admitió: “Para ser honesto, antes de este congreso también me pregunté: ¿Hemos llegado al punto de cuestionarnos si la socialdemocracia sigue siendo necesaria?” Luego de una profunda reflexión, concluyó “que la realidad es exactamente lo contrario”.
El SPD era más importante que nunca, especialmente hoy, “en tiempos de gran incertidumbre, agitación, dificultades económicas y ataques a la paz y la libertad”. Afirmó que era urgentemente necesario un partido que no polarizara, sino que construyera puentes. Klingbeil declaró: “Especialmente en estos tiempos necesitamos un partido que sepa que la fuerza militar, por un lado, y la diplomacia, por el otro, no son opuestos—sino que deben combinarse para forjar una política para nuestro país”.
Sería difícil encontrar una descripción más clara del papel histórico del SPD durante los últimos 111 años—desde que votó por créditos de guerra en el verano de 1914, al inicio de la Primera Guerra Mundial. En cada gran crisis del imperialismo alemán, el SPD ha desempeñado un papel clave en la supresión de la lucha de clases y en mantener a la clase dominante capitalista en el poder. Al servicio del imperialismo alemán, siempre ha estado dispuesto a subordinar los intereses del partido y aceptar derrotas electorales.
Mientras que anteriormente el partido contaba con un apoyo amplio entre los trabajadores, hoy en día se ha reducido casi exclusivamente a su aparato, el cual está íntimamente entrelazado con el Estado. Mantener el dominio capitalista se ha convertido en una segunda naturaleza para el SPD, que impone recortes sociales y guerra por todos los medios disponibles—aun a costa de su propia debacle.
Desde este punto de vista debe entenderse el revés electoral de Klingbeil. En la votación del presidente del partido, obtuvo solo el 64,9 por ciento del voto de los delegados—el peor resultado registrado en la historia del SPD. Pero este voto de desconfianza no estaba dirigido contra la política derechista de rearme militar que promueven Klingbeil y toda la dirigencia, ni contra los recortes sociales que financian este rearme, que él mismo también implementa como ministro de Finanzas.
En cambio, su mal resultado fue una forma en que los delegados exigieron que estas políticas derechistas se empaquetaran e impusieran de manera que no pusieran en peligro sus propios puestos bien remunerados a nivel federal, estatal y municipal.
A continuación, habló el ministro de Defensa, Boris Pistorius, y repitió su conocida propaganda de que Alemania necesitaba urgentemente volverse “defendible y preparada para la guerra”. Defendió las sumas disparatadas—de billones de euros—que se están invirtiendo en el rearme y la infraestructura militar. Como la mayor economía de Europa, Alemania debía desempeñar un papel central y hacer una contribución especial, exigió.
Invocando la necesidad de poder “responder si la situación de seguridad o los requerimientos de la Bundeswehr lo exigen”, Pistorius justificó las decisiones adoptadas en la última cumbre de la OTAN, la cual acordó el rearme más completo de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. A futuro, en lugar del 2 por ciento del PIB, se gastará el 5 por ciento en fines militares: un 3,5 por ciento en gasto puramente militar (tropas y armamento) y otro 1,5 por ciento en medidas como ciberseguridad, infraestructura y construcción de cuarteles.
Pistorius no dejó dudas sobre quién pagará por esta militarización. Ya ha afirmado en múltiples ocasiones: “No se puede defender este país con prestaciones sociales y educación.” Es bien sabido que el gobierno federal ya ha comenzado a desviar fondos del presupuesto desde programas sociales y ambientales hacia el área militar.
Cuando el ministro de Defensa declaró que Alemania debía enfrentar la realidad—que la Bundeswehr sufre escasez de personal y que “la meta de reclutar al menos a 60.000 soldados adicionales y 200.000 reservistas” debía ser alcanzada—su discurso fue interrumpido por algunos miembros de la organización juvenil del partido, Jusos (Jóvenes Socialistas). Gritaron consignas como “Desarme y democracia en lugar de rearme y guerra” y levantaron pancartas. Posteriormente, el presidente de los Jusos, Philipp Türmer, tomó el micrófono y presentó una moción de urgencia rechazando cualquier reintroducción del servicio militar obligatorio. Volver al reclutamiento era inaceptable, enfatizó.
Pistorius ya había planeado incluir medidas coercitivas en su proyecto de ley sobre el servicio militar, en caso de falta de voluntarios. Se opuso firmemente a quienes “piensan que debemos descartar cualquier forma de coacción”. Varios Jusos también tomaron la palabra en contra, subrayando que “volver al antiguo servicio militar obligatorio” era inaceptable. Argumentaron que el servicio en la Bundeswehr debía volverse tan atractivo que se reclutarían suficientes voluntarios.
Al final, el congreso acordó—por una gran mayoría y con solo unos pocos votos en contra—posponer cualquier decisión sobre el servicio militar obligatorio hasta que su aplicación sea directamente relevante. La resolución de compromiso adoptada estableció que el SPD respaldaba un “nuevo servicio militar” basado en el modelo sueco, tal como figura en el acuerdo de coalición con los democristianos (CDU/CSU).
Esto también deja en claro por qué los Jusos se oponen al reclutamiento: no por motivos de principios, sino por puro interés propio. Al igual que su presidente Philipp Türmer (padre: abogado y exjefe del departamento legal del Ministerio del Interior; madre: fiscal superior), la mayoría de estos protegidos del SPD provienen de entornos privilegiados. No quieren interrumpir sus carreras para servir en el ejército y no tienen ninguna intención de estar en las trincheras defendiendo su propia política de guerra.
En cambio, se pretende empujar al servicio militar a los jóvenes de la clase trabajadora. Su acceso a la educación superior está cada vez más restringido, y en muchas regiones ni siquiera pueden encontrar buenas plazas de formación profesional. Ellos serán la carne de cañón del futuro.
Al final del congreso, hubo un amplio consenso entre los 600 delegados. Sin un solo voto en contra o abstención, se aprobó una moción del comité ejecutivo del partido que proponía conformar un grupo de trabajo federal-estatal para recopilar pruebas sobre la inconstitucionalidad de la AfD. Si se reúnen suficientes pruebas, el SPD planea presentar una solicitud ante el Tribunal Constitucional para prohibir al partido. Klingbeil declaró que el SPD tenía una “responsabilidad histórica” de emprender acciones legales contra la AfD.
Esto reveló cómo la AfD está siendo utilizada de hecho para justificar las propias políticas derechistas del SPD y para imponer estructuras autoritarias. Especialmente en la política migratoria, las exigencias de la AfD están siendo implementadas casi palabra por palabra. Incluso antes de la reciente suspensión de la reunificación familiar para migrantes vulnerables, el Bundestag aprobó el año pasado la llamada “ Ley de mejora de la repatriación ”, que permite a las autoridades detener a personas con órdenes de deportación hasta por 28 días y sacarlas de sus hogares en plena noche.
El rearme militarista también se lleva a cabo entre los vítores de la AfD, que declara abiertamente que su programa finalmente está siendo implementado. Los partidos gobernantes—SPD y CDU/CSU—no solo aplican las políticas de la AfD, sino que también han promovido a ese partido e integrado al mismo en el trabajo parlamentario. De esta manera, han hecho sistemáticamente que las posturas de extrema derecha sean socialmente aceptables.
Cuando ahora el SPD llama a prohibir a la AfD, no se trata de combatir a la extrema derecha, sino de fortalecer aún más el aparato estatal de represión. La recopilación de pruebas sobre la inconstitucionalidad de la AfD será llevada a cabo por el Verfassungsschutz (servicio de inteligencia interior). Es precisamente esta agencia—infame y despreciada por su crónica tendencia derechista que se remonta a la época nazi—la que debe elaborar un informe pericial sobre qué partidos pueden existir y cuáles no.
Este fortalecimiento de los servicios de inteligencia y del aparato de seguridad del Estado está dirigido directamente contra la gran mayoría de la clase trabajadora, que cada vez entra más en conflicto con las políticas de militarización y los ataques sociales asociados—y que ha comenzado a resistirlos.
Y esta es la verdadera lección del congreso del SPD. Ante la creciente oposición a las políticas belicistas, a los recortes sociales y a una auténtica oleada de despidos en la industria y la administración pública, el aparato del SPD—con sus miles de funcionarios—está cerrando filas aún más, fusionándose con el aparato estatal y enfrentándose cada vez más abiertamente a la clase trabajadora como a un enemigo.
(Artículo originalmente publicado en inglés el 2 de julio de 2025)