Mientras que los mercados bursátiles continúan cerca de máximos históricos, aparentemente ajenos al enorme caos geopolítico y económico —guerras, aranceles, una incertidumbre masiva y el enfriamiento de la economía mundial—, esta conmoción se está manifestando en los mismos cimientos del sistema financiero global.
Su expresión más clara se da en los mercados de bonos, donde los gobiernos recaudan fondos para financiar sus déficits presupuestarios y donde se comercia la deuda. Es más evidente en el mercado de bonos del Tesoro de EE.UU., valorado en 29 billones de dólares —uno de los pilares del sistema financiero mundial— pero está presente en los mercados de bonos de todas las principales economías.
Esta semana, el Financial Times (FT) publicó un artículo señalando que los inversores estaban “huyendo de los bonos estadounidenses a largo plazo al ritmo más rápido desde el punto álgido de la pandemia de Covid-19 hace cinco años, dado que la creciente carga de deuda de Estados Unidos está empañando el atractivo de uno de los mercados más importantes del mundo”.
El artículo no profundizó en lo ocurrido entonces, pero cabe recordar que en marzo de 2020 el mercado del Tesoro se congeló: durante varios días no hubo compradores para la deuda estadounidense, teóricamente el activo financiero más seguro del mundo. La Reserva Federal de EE.UU. tuvo que intervenir con billones de dólares para evitar el colapso del sistema financiero estadounidense y mundial.
Según la investigación del FT, las salidas netas de bonos a largo plazo, tanto gubernamentales como corporativos, han alcanzado casi 11.000 millones de dólares en los últimos tres meses. El segundo trimestre apunta a ser el más severo “desde la grave turbulencia de los mercados a principios de 2020” y marcó un “cambio radical” respecto a los flujos mensuales promedio de entrada de 20.000 millones de dólares en los 12 meses anteriores.
La cuestión central que preocupa al mercado de bonos de EE.UU. es el crecimiento de la deuda pública, ahora en 36 billones de dólares y en aumento. Se ha ido acumulando rápidamente desde la crisis financiera global de 2008. En ese entonces, el mercado del Tesoro rondaba los 5 billones de dólares. Ahora es de 29 billones.
La empeorada situación financiera a largo plazo de EE.UU. se ve agravada por las políticas de la administración Trump: las guerras arancelarias, que tienden a alimentar la inflación —algo tóxico para los inversionistas en bonos—, y el “hermoso presupuesto enorme”, que según todos los analistas independientes agregará unos 2,4 billones de dólares a la deuda de EE.UU.
La Casa Blanca lo disputa, afirmando que el mantenimiento de enormes recortes impositivos para los ricos y las corporaciones cubriría esos gastos. Esto es una repetición de la infame curva de Laffer utilizada por la administración Reagan en los años 80 para justificar sus recortes fiscales, pero que encauzó a la deuda y al déficit hacia una trayectoria ascendente.
Los actores principales del mundo financiero no se lo creen. Comentando los hallazgos del FT sobre la salida masiva de bonos, Lotfi Karoui, estratega jefe de crédito de Goldman Sachs, señaló que esto “refleja la preocupación sobre las perspectivas a largo plazo para la estabilidad fiscal”.
Recientemente, el director general de JPMorgan Chase, Jamie Dimon, advirtió sobre un “colapso” en el mercado de bonos, lo que llevó al secretario del Tesoro de EE.UU., Scott Bessent, a responder que el país “nunca, nunca” incumplirá su deuda. Por supuesto, si no existieran tales preocupaciones, esa clase de garantías no serían necesarias.
La prolongada crisis de la deuda tanto en EE.UU. como a nivel mundial ha salido a la superficie con la escalada de las tasas de interés en los últimos tres años. Bajo las políticas de flexibilización cuantitativa de la Reserva Federal, seguidas en mayor o menor medida por otros bancos centrales en el mundo, las tasas de interés se mantuvieron en niveles históricamente bajos y la deuda no parecía representar un problema inmediato.
El cambio sustancial en el entorno de tasas de interés fue subrayado por un comentario de Kenneth Rogoff, execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional y ahora profesor de economía en la Universidad de Harvard, publicado esta semana en el FT.
Desde el último presupuesto equilibrado a fines de los años noventa, escribió: “tanto líderes republicanos como demócratas se han apresurado a generar déficits cada vez mayores, aparentemente sin consecuencias. Y si hay una recesión, una crisis financiera o una pandemia, los votantes cuentan con la mejor recuperación que el dinero pueda comprar. ¿A quién le importa otro 20 a 30 por ciento del PIB en deuda?”
Pero ahora la situación ha cambiado y “las tasas de interés a largo plazo son hoy mucho más altas que en la década de 2010… Las tasas reales de interés son mucho más dolorosas ahora que hace dos décadas, cuando la deuda de EE.UU. en relación al PIB era la mitad de lo que es hoy”.
La aritmética de la relación deuda/PIB pone en evidencia la crisis en ciernes. Si las tasas de interés están por debajo del 1 por ciento, o cerca de cero, entonces incluso un crecimiento relativamente lento del 2 por ciento permite manejar los pagos por intereses.
Pero si la tasa de interés sobre la deuda a largo plazo sube al 4 por ciento, o incluso al 5 por ciento, entonces se presentan rápidamente serios problemas de pago. El coste por intereses en EE.UU. se acerca rápidamente al billón de dólares, un nivel similar al gasto militar anual.
Proveniente del endeudado mercado inmobiliario de Nueva York, donde sus frecuentemente dudosas operaciones estaban altamente apalancadas, esta puede ser una de las razones por las que el presidente de EE.UU., Donald Trump, ha mantenido una guerra de declaraciones contra el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, calificándolo de “imbécil” y “estúpido” por negarse a reducir las tasas de interés y amenazando con destituirlo.
La relación entre deuda, la economía estadounidense en su conjunto y la crisis que podría desencadenar fue objeto de comentarios de Larry Fink, director del gigante fondo de cobertura BlackRock, durante una conferencia de Forbes en Nueva York a principios de este mes.
Señalando la cifra de 36 billones de dólares en deuda, dijo: “Tenemos un paquete fiscal que añadirá 2,3 o 2,4 billones a eso. Si no encontramos una forma de crecer al 3 por ciento anual… vamos a estrellarnos. Si no podemos desbloquear el crecimiento y si vamos a trastabillar con una economía del 2 por ciento, los déficits van a abrumar a este país”.
La tasa de crecimiento de EE.UU. quizás ni llegue al 2 por ciento, ya que las previsiones del FMI la sitúan entre el 1 y el 2 por ciento, con la posibilidad de que sea aún menor si los aranceles de Trump tienen efectos recesivos.
Se está produciendo una especie de proceso de tijera económica: la deuda y los pagos por intereses aumentan mientras la economía fundamental se debilita.
La agravada situación no se limita a EE.UU. Los mercados de bonos en el mundo entero están bajo una tensión creciente.
En declaraciones al FT este mes, Amanda Stitt del gestor de activos T Rowe Price —con un volumen de 1,6 billones de dólares— afirmó: “Es el clásico problema de desajuste entre oferta y demanda, pero a escala global. La era del financiamiento barato a largo plazo ha terminado”.
Y muchos países enfrentan ahora una situación donde deben asumir crecientes pagos por intereses de deudas ya contraídas.
El gobierno del Reino Unido vive con el temor de una repetición del “episodio Liz Truss” en 2022, cuando el intento de su fugaz gobierno tory de financiar grandes recortes fiscales a las corporaciones y los ultrarricos con deuda provocó una crisis financiera, solamente contenida por la intervención del Banco de Inglaterra.
Francia, la tercera economía más grande de Europa, es una de las más endeudadas. Se espera que gaste alrededor de 62.000 millones de euros este año en intereses de deuda, lo que equivale aproximadamente a su gasto combinado en las fuerzas armadas y en educación.
En Japón, donde las compras del banco central mantenían las tasas de sus bonos a largo plazo por debajo del 1 por ciento, la tasa de interés de la deuda a 30 años está ahora en torno al 3 por ciento. El mes pasado, el primer ministro Shigeru Ishiba declaró que la situación fiscal del país es “extremadamente mala, peor que la de Grecia”, en referencia a la “crisis de deuda” de la década de 2010.
La montaña de deuda, estimada en 100 billones de dólares a nivel mundial, y la factura por intereses seguirá aumentando debido a la desaceleración de la economía global. A esto se suma el incremento del gasto militar por parte de todas las principales potencias en medio de la intensificación de las guerras.
La respuesta de las clases dominantes, en EE.UU. y en todo el mundo, es profundizar el ataque contra la clase trabajadora, haciéndola pagar por la carga de la deuda mediante recortes a los salarios, los empleos y las condiciones sociales, todo impuesto a través de regímenes cada vez más autoritarios y fascistizantes.
La respuesta de la clase trabajadora debe ser no menos profunda y trascendental. No puede detener esta ofensiva a través de medidas que intenten presionar, de una forma u otra, a las élites gobernantes, ya que, en última instancia, estas están impulsadas por fuerzas económicas objetivas implantadas en el propio sistema de ganancias. Esto significa que la única salida es el derrocamiento del sistema capitalista con base en la lucha por un programa socialista internacional.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 27 de junio de 2025)