En los márgenes de la cumbre del G7 en Canadá, el canciller alemán Friedrich Merz respaldó el ataque de Israel contra Irán en una entrevista con la emisora pública ZDF. Declaró: “Este es el trabajo sucio que Israel está haciendo por todos nosotros. Solo puedo decir que tengo el mayor respeto por el ejército israelí y por la dirección israelí por haber tenido el coraje de hacer esto”.
En otra entrevista con la emisora pública ARD, Merz pidió un violento cambio de régimen en Teherán. “Sería bueno que este régimen llegara a su fin”, dijo. Si el régimen iraní no está dispuesto a entablar conversaciones, entonces “Israel irá hasta el final”.
Merz está diciendo más de lo que pretendía. Su afirmación de que Israel está haciendo “el trabajo sucio por todos nosotros” expone como descaradas mentiras toda la propaganda oficial del gobierno y los medios de comunicación justificando el genocidio en Gaza y el ataque contra Irán. No se trata de proteger la vida judía ni del “derecho a existir” de Israel, sino de subyugar todo Oriente Medio al control imperialista.
Trump, Merz, Starmer, Macron y otros dirigentes imperialistas se comportan como jefes mafiosos que amenazan al ayatolá Jamenei y a otros dirigentes iraníes con asesinatos, armas rompe-búnkeres e incluso bombas nucleares. Mientras tanto, Israel cumple con el rol de hacer el “trabajo sucio” reservado al escalón más bajo de la jerarquía mafiosa, los picciotti: asesinatos encubiertos de personal militar de alto rango y científicos, bombardeo de zonas residenciales e infraestructuras, y el terror sistemático de la población.
Contrario a la mitología oficial, el apoyo alemán a Israel nunca ha tenido como meta expiar el Holocausto, el genocidio de seis millones de judíos. El Estado sionista, basado en la expulsión violenta y la opresión de los palestinos, ha servido desde un inicio a Alemania y otras potencias imperialistas como un enclave militar en una región con vastos recursos naturales, importante mercado de consumo y lugar de inversión, y de enorme importancia geoestratégica, incluyendo frente a Rusia y China.
La afirmación de Merz de que Israel se encarga del “trabajo sucio” demuestra el profundo desprecio con el que la burguesía alemana mira a su socio en Oriente Medio.
Para la población israelí, el Estado sionista está demostrando ser una vía sin salida, como lo demuestra la deriva del régimen de Netanyahu hacia formas dictatoriales de gobierno y su brutal represión militar, que también pone en peligro la vida de su propia población.
La idea de que el antisemitismo—esa maldición medieval revivida por el capitalismo moderno para dividir a la clase trabajadora y fortalecer las fuerzas fascistas—podría superarse mediante la creación de un Estado judío fue desde un inicio una ilusión engañosa. El desarraigo del antisemitismo solo es posible mediante la unificación de la clase trabajadora internacional en la lucha por una perspectiva socialista que supere todas las formas de opresión social, étnica y nacional. El sionismo, surgido a fines del siglo XIX, se oponía precisamente a esta perspectiva socialista, que en aquel entonces contaba con un amplio apoyo entre la clase obrera judía.
Merz solo puede actuar con tanta arrogancia porque cuenta con el respaldo de todos los partidos establecidos y de los medios de comunicación cada vez más cooptados. Alemania y las demás potencias imperialistas nunca le han perdonado al pueblo iraní haber derrocado el régimen del Shah mediante una poderosa revolución en 1979.
El régimen del sah Mohammad Reza Pahlavi, instalado tras un golpe de Estado de la CIA en 1953, servía como bastión para EE. UU., Alemania e Israel en Oriente Medio. Era tristemente célebre por la brutal tortura practicada por su servicio secreto, la SAVAK. En 1979, amplios sectores de la clase trabajadora, los pobres urbanos y la clase media se levantaron contra la dictadura del sah. Una huelga de los trabajadores petroleros iraníes terminó por romper la columna vertebral del régimen.
Sin embargo, debido a la bancarrota de los partidos de izquierda, especialmente del partido estalinista Tudeh, la revolución fue decapitada. La clase obrera, que desempeñó un papel decisivo en el derrocamiento del sah, fue suprimida. Un nuevo régimen capitalista apoyado por los comerciantes del bazar y otras capas tradicionales de la burguesía consolidó su poder bajo el liderazgo del clero chiita.
Pero a pesar de numerosos esfuerzos por parte del régimen dirigido por los ayatolás para llegar a un entendimiento con el imperialismo, nunca logró restaurar las antiguas relaciones. Bajo una presión creciente por parte de EE. UU. y Europa, Teherán fortaleció sus vínculos con Rusia y China.
Los intentos de Trump, Merz y Netanyahu de provocar un cambio de régimen en Teherán no están dirigidos a establecer una “democracia”, sino a restaurar una dictadura como la que existía bajo el Sah. Es significativo que Reza Pahlavi, el hijo mayor del derrocado sah, esté una vez más llamando desde su exilio estadounidense al pueblo iraní a levantarse contra el régimen de la República Islámica. Acusó a Jamenei en X de esconderse en un búnker “como una rata aterrada”.
En Alemania, todos los partidos establecidos apoyan el curso de Merz. Los Verdes son particularmente agresivos al respecto, y también han desempeñado un papel clave en avivar la guerra en Ucrania.
El político verde Volker Beck acusó a Sahra Wagenknecht en el periódico Jüdische Allgemeine de ser “la quinta columna de Moscú” y los “camisas pardas antisionistas de Teherán” porque había expresado una leve crítica al ataque israelí, aunque apoyó plenamente “el derecho de Israel a defenderse”.
Los orígenes de Los Verdes están íntimamente ligados a la oposición al régimen del sah. Las brutales palizas a manifestantes por parte de agentes secretos iraníes y el asesinato del estudiante Benno Ohnesorg durante una visita del sah a Berlín en 1967 desencadenaron el masivo movimiento estudiantil, cuyos líderes fundaron Los Verdes una década más tarde. Su apoyo actual a las guerras contra Rusia e Irán demuestra hasta qué punto este partido se ha transformado en un pilar del militarismo alemán.
Como partido de gobierno, el Partido Socialdemócrata (SPD) asume la plena responsabilidad por el rumbo de Merz. A lo sumo, le preocupa que su respaldo a una nueva guerra catastrófica en Medio Oriente le cueste aún más votos. Por eso, el portavoz de política exterior del grupo parlamentario del SPD, Adis Ahmetović, criticó: “El tono del canciller no ayuda mucho en este momento”. Como si se tratara de un tono equivocado y no de crímenes de guerra.
Como de costumbre, el partido La Izquierda también intenta desactivar la oposición a la guerra con palabras críticas para impedir que se saquen conclusiones prácticas.
El copresidente del partido, Jan van Aken, acusó a Merz de burlarse de las víctimas de la guerra y la violencia con el uso del término “trabajo sucio”.
“Merz debería intentar limpiar un váter. Entonces sabría lo que significa trabajo sucio”, dijo al Süddeutsche Zeitung. “Cuando se mata a personas, Merz lo llama trabajo sucio”.
Pero van Aken comparte todas las premisas de la política de Merz. Describió la bomba nuclear iraní como el “mayor peligro” que debe prevenirse y defendió el derecho de Israel a la “autodefensa”. Solo que propagó la ilusión de que Israel y sus aliados estadounidenses y alemanes podrían lograr sus objetivos depredadores mediante una “diplomacia inteligente”.
“La bomba nuclear iraní debe ser evitada. Esto es posible mediante negociaciones inteligentes. O mediante una guerra sucia. Todavía podemos decidir qué camino queremos tomar”, enfatizó van Aken.
Muchos medios de comunicación también respaldan con entusiasmo el rumbo de Merz. El jefe de redacción de Tagesspiegel, Christian Tretbar, escribió en un comentario que las “palabras muy directas y poco diplomáticas” del canciller son “exactamente lo correcto”. Israel ha “tomado la iniciativa” y podría “tal vez provocar un cambio histórico en toda la región. Para ello, debe eliminar a las fuerzas armadas iraníes, las instalaciones nucleares y la estructura de mando. Tal vez incluso deba ir más allá y atacar directamente a los líderes políticos”.
Eso suena “increíblemente brutal”, según Tretbar. Jerusalén está corriendo “un riesgo muy grande”. Hay dudas “sobre si esta misión es compatible con el derecho internacional”. Netanyahu está “apostándolo todo”. Y sin embargo, Tretbar enfatizó: “Israel debe correr el riesgo si quiere garantizar su propia seguridad e incrementar las posibilidades de estabilidad y paz en toda la región”. Nadie debería “criticar reflexivamente a Israel por hacer lo que Friedrich Merz llama ‘trabajo sucio’ para esta oportunidad”.
Estos llamamientos a romper la legalidad, al terror militar y a la guerra deben interpretarse como una señal de advertencia. Un gobierno y una prensa que persiguen con estos métodos objetivos geoestratégicos emplearán los mismos medios brutales contra el “enemigo interno”, contra la oposición política a la guerra y a los recortes sociales —como ya lo demuestra Trump en EE. UU—.
(Artículo originalmente publicado en inglés el 18 de junio de 2025)