Las conversaciones entre China y Estados Unidos sobre aranceles y comercio se reanudarán el lunes en Londres, luego de que pareciera que la tregua de 90 días acordada el mes pasado en Ginebra estaba a punto de colapsar.
Luego de una considerable presión por parte de Washington, el presidente de EE.UU., Donald Trump, y el presidente chino, Xi Jinping, sostuvieron el jueves una conversación telefónica de una hora y media.
La conversación estuvo precedida por una ola cada vez mayor de acusaciones. EE.UU. afirmó que China estaba retrasando la aprobación de exportaciones de productos de tierras raras, vitales para sectores clave de la industria estadounidense, mientras que China señaló las nuevas prohibiciones a la exportación de tecnología estadounidense y las amenazas de excluir a estudiantes chinos del estudio en EE.UU.
El lunes, una declaración del gobierno en Pekín advirtió que China estaba preparada para tomar medidas “resueltas y contundentes” para defender sus intereses. Afirmó que las medidas para restringir la tecnología estadounidense, las prohibiciones de exportación de componentes avanzados para motores a reacción y los planes para revocar las visas de miles de estudiantes en EE.UU. eran “acciones unilaterales y discriminatorias” contrarias al acuerdo de Ginebra.
Ese acuerdo, que implicaba una pausa en la guerra económica que había llevado a EE.UU. a elevar los aranceles a todos los productos chinos hasta un 145 por ciento, estipulaba que los aranceles y otras medidas restrictivas se suspenderían durante 90 días para permitir las negociaciones.
El miércoles, Trump había descrito a Xi como “extremadamente difícil para llegar a un acuerdo”, mientras Washington seguía promoviendo la posibilidad de una llamada telefónica entre ambos presidentes.
Aunque la llamada se realizó, las respuestas divergentes sobre su resultado dejaron claro que no se ha resuelto nada fundamental.
Trump, quien siempre trata de presentarse como un gran negociador, describió la llamada como “muy buena” al hablar con periodistas en la Casa Blanca. En las redes sociales, afirmó que las conversaciones habían resultado en una “conclusión muy positiva para ambos países”.
“No debería haber más dudas respecto a la complejidad de los productos de tierras raras”, escribió Trump. Declaró a la prensa que cualquier complejidad se había resuelto y que “estamos en muy buena posición con China y el acuerdo comercial”.
Sin embargo, no se ofrecieron detalles sobre en qué consistiría tal acuerdo, salvo que equipos de alto nivel de ambas partes iniciarían negociaciones lo antes posible.
El reporte de la agencia oficial Xinhua fue algo diferente. Afirmó que la llamada se realizó a petición de Trump, y que Xi lo instó a eliminar las medidas “negativas”. No se mencionaron las tierras raras ni si los controles sobre su suministro se flexibilizarían.
Hablando con el Wall Street Journal (WSJ), el exfuncionario del FMI para China y actual profesor de economía en la Universidad de Cornell, Eswar Prasad, dijo: “La asimetría en los reportes de Pekín y Washington sobre la llamada sugiere que Xi mantuvo una línea dura y Trump no obtuvo muchas concesiones a sus demandas”.
La eliminación de los controles sobre exportaciones de tierras raras ha estado en el centro de las demandas inmediatas de EE.UU., ya que representa uno de los medios más poderosos con que cuenta Pekín en la lucha por resistir a las presiones estadounidenses. Las tierras raras son necesarias para muchos aspectos de la producción tecnológica avanzada.
China produce casi el 70 por ciento de los minerales críticos necesarios para la fabricación de aviones de combate, barras de control para reactores nucleares y la industria automotriz. Las tierras raras son indispensables para la producción de imanes capaces de operar a altas temperaturas, como los utilizados en vehículos eléctricos.
El problema para Estados Unidos es que, aunque las tierras raras son, a pesar de su nombre, relativamente abundantes, su refinamiento es un proceso costoso. China posee casi el monopolio de la capacidad de refinación, controlando, por ejemplo, el 90 por ciento del suministro de los elementos necesarios para los imanes de alta temperatura. Los países que poseen tierras raras deben enviarlas a China para su procesamiento.
En las últimas semanas, empresas automotrices de EE.UU. y otros países han advertido sobre la posibilidad de tener que detener la producción debido a la falta de suministros. El mes pasado, Ford suspendió la producción de uno de sus modelos durante una semana debido a la escasez de tierras raras.
A principios de esta semana, el WSJ señaló que, con las exportaciones de estos minerales desde China prácticamente paralizadas, “los fabricantes de automóviles enfrentaban decisiones difíciles sobre si podían mantener en funcionamiento algunas plantas”.
El mes pasado, informó que “los grupos industriales que representan a la mayoría de los fabricantes de automóviles y proveedores de componentes dijeron al gobierno de Trump que la producción de vehículos podría reducirse o cesar de manera inminente sin más componentes de tierras raras provenientes de China”.
El análisis de los medios de comunicación tradicionales sobre este conflicto se reduce en su mayoría a expresiones de desconcierto o ignorancia respecto a los objetivos de Trump, a quien se le ve moverse bruscamente entre aumentos arancelarios y afirmaciones de que estos son una herramienta para llegar a un acuerdo inevitable.
Un ejemplo típico fue el comentario reciente del columnista del Financial Times, Edward Luce, titulado “El gran enigma de Trump sobre China”. Escribió que la llamada telefónica de Trump con Xi difícilmente despejaría “nuestra confusión”.
Luce busca ocultar los verdaderos objetivos de la política estadounidense porque no quiere sacar las conclusiones que se derivan de tal análisis o simplemente no puede ver el bosque por los árboles.
En cualquier caso, los objetivos de EE.UU. están a plena vista. Han sido articulados durante años en numerosos documentos publicados por el aparato militar y de inteligencia y por centros de estudios afines.
EE.UU. apunta a aplastar el ascenso económico de China, sobre todo en el ámbito tecnológico, ya que este se considera la mayor amenaza al dominio global estadounidense. El desarrollo de China debe evitarse a toda costa, incluso, de ser necesario, por medios militares.
Luce incluso llegó a afirmar que “los chinos están tan confundidos sobre los objetivos finales de Trump como todos los demás”.
Beijing no está confundido. Sabe muy bien, al menos desde el “pivote hacia Asia” de la administración Obama en 2011 —promovido con vehemencia por su secretaria de Estado, Hillary Clinton— y el reforzamiento del cerco militar. Esto, junto con las restricciones arancelarias y comerciales impuestas desde el primer gobierno de Trump y profundizadas por Biden, deja en claro que el “objetivo final” es la supresión de China.
Las políticas del segundo régimen de Trump no son simplemente una continuación del pasado. Son una intensificación de los ataques económicos que conducen al uso de la fuerza militar, una consecuencia inherente a la lógica de los acontecimientos.
EE.UU. no ha recurrido inicialmente a medios militares —una vía con consecuencias incalculables y sin garantías de éxito. En China, EE.UU. se enfrenta no a Afganistán, Irak o Siria, sino a una potencia militar con armas nucleares y una vasta base industrial.
La primera vía ha sido el uso de métodos económicos de coerción, iniciando con aranceles y extendiéndose a restricciones sobre el uso de tecnología estadounidense.
Pero este programa ha sido un fracaso manifiesto, como lo señaló un artículo del WSJ titulado “El plan de EE.UU. para frenar la tecnología china no está funcionando”, publicado el mes pasado.
“EE.UU. ha intentado prácticamente todo para ganar la carrera tecnológica contra China —en áreas como IA, energía, vehículos autónomos, drones y vehículos eléctricos. Hasta ahora, nada ha funcionado.
“Los vehículos eléctricos de China son más baratos y, por muchos estándares, mejores que los de EE.UU. El país domina el sector de drones de consumo. … China produce la mayor parte de los paneles solares y baterías a nivel mundial. Y, aunque EE.UU. y sus aliados mantienen una leve ventaja en microchips avanzados e inteligencia artificial, la brecha parece cerrarse más rápido que nunca”.
Muchos otros puntos podrían mencionarse también, incluyendo el avance de China en la automatización de fábricas, superando lo que existe en EE.UU. Ese hecho fue señalado por el columnista del New York Times, Thomas Friedman, tras una visita a China, en un artículo titulado “Acabo de ver el futuro. No estaba en América”.
Frente a estas realidades, Trump fue “va banque”, apostándolo todo, el 2 de abril con sus llamados aranceles recíprocos. Pero cuando estas medidas amenazaron con hacer estallar el sistema financiero estadounidense, tuvo que buscar una tregua de 90 días para negociar.
Sin embargo, no puede haber resolución posible mediante conversaciones o acuerdos, porque la exigencia esencial de EE.UU. es que China detenga su desarrollo económico, algo a lo que el régimen de Xi no puede ni va a acceder.
Por eso, tras el fiasco de los “aranceles recíprocos”, que ha provocado críticas y oposición dentro de sectores de la clase dominante estadounidense, la opción militar ha ganado terreno. Esto se evidenció en el belicoso discurso pronunciado por el secretario de Defensa, Pete Hegseth, en el foro de alto nivel Diálogo de Shangri-La el pasado fin de semana.
Hegseth advirtió que la guerra con China podría ser “inminente” y exigió que los aliados de EE.UU. en Asia se preparen aumentando masivamente su gasto militar.
Las implicaciones para la clase trabajadora de la guerra comercial y arancelaria son claras. No debe dejarse confundir ni engañar por el misticismo propagado por los medios capitalistas, sino actuar conforme a la lógica objetiva de los acontecimientos que se desarrollan aceleradamente.
Eso significa emprender una lucha política para desarrollar un movimiento socialista independiente e internacionalista basado en el derrocamiento del sistema capitalista y su irracionalidad económica destructiva, que inexorablemente conduce al estallido de una nueva guerra mundial.
(Artículo originalmente publicado en inglés el 7 de junio de 2025)