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Negociaciones arancelarias recíprocas dirigidas contra China

Una de las características clave de las así llamadas negociaciones sobre los aranceles recíprocos impuestos por Estados Unidos a una serie de países —incluyendo algunos de los mayores incrementos contra naciones del sudeste asiático— es la exigencia de Washington de que estos países impongan aranceles y otras restricciones contra China.

Fuera de la Bolsa de Valores de Beijing en China, el 10 de abril de 2025. [AP Photo/Andy Wong]

El objetivo central de la guerra económica de Trump es China, debido a que su avance económico, especialmente en el área de alta tecnología, es considerado una amenaza existencial para la dominación global estadounidense.

La estrategia que se busca aplicar con alrededor de otros 70 países —supuestamente concebida por el secretario del Tesoro, Scott Bessent— fue expuesta en un artículo del Wall Street Journal publicado poco después del anuncio, el 9 de abril, de una pausa de 90 días en los aranceles recíprocos.

“La idea es obtener compromisos de los socios comerciales de EE.UU. para aislar la economía de China a cambio de reducciones en las barreras comerciales y arancelarias impuestas por la Casa Blanca. Los funcionarios estadounidenses planean usar las negociaciones con más de 70 naciones para pedirles que no permitan a China exportar mercancías a través de sus territorios, que impidan a empresas chinas establecerse en sus países para eludir aranceles de EE.UU., y que no absorban manufacturas chinas baratas en sus mercados”, afirmaba el artículo.

La exigencia de tomar acciones contra China fue una de las condiciones del acuerdo reciente con Reino Unido, anunciado a inicios de este mes, en el que se estipulaba que Gran Bretaña debía alinearse con las preocupaciones estadounidenses de “seguridad nacional” sobre China e imponer tarifas al acero chino.

Pero esto fue, en gran medida, un caso de recoger los frutos más accesibles. Las medidas acordadas no se espera que tengan un impacto importante en la economía británica. Es una situación totalmente distinta para otros países, especialmente los del sudeste asiático, que mantienen estrechos vínculos con China pero cuyo principal mercado de exportación es Estados Unidos.

La economía más significativa en este grupo es Vietnam, que ha experimentado un importante crecimiento industrial y manufacturero en la última década, impulsado por inversiones chinas y su integración en cadenas globales de suministro basadas en China.

Vietnam fue uno de los países más afectados por los aranceles recíprocos, con una tasa de gravamen del 46 por ciento. Las autoridades gubernamentales ya han realizado dos rondas de negociaciones con sus homólogos en Washington, y está programada otra ronda para el próximo mes.

El tema inmediato es el transbordo: el proceso mediante el cual productos fabricados principalmente en China son redirigidos vía Vietnam para su exportación final a EE.UU. Pero las demandas estadounidenses van mucho más allá de poner fin a esta práctica. Buscan desmantelar las cadenas de suministro en las que se proveen materias primas y componentes para productos manufacturados en Vietnam.

Vietnam ha creado una fuerza especial para abordar el contrabando y el fraude comercial y para frenar la exportación de productos etiquetados falsamente como “hechos en Vietnam”, pero según un informe del New York Times, los funcionarios de Trump han señalado que esto no es suficiente.

Si Vietnam no logra escapar del impacto de las medidas impuestas por Trump, las consecuencias serán devastadoras. Actualmente, la manufactura representa el 20 por ciento del PIB del país. En 2015, la producción manufacturera fue de aproximadamente 60.500 millones de dólares. En 2023 ascendió a 102.600 millones, un aumento de casi el 70 por ciento en ocho años.

Los países de la región buscan formas de contrarrestar el impacto de la guerra económica de EE.UU.

Durante una conferencia celebrada esta semana en Kuala Lumpur del bloque de naciones ASEAN —que incluye a Malasia, Brunéi, Camboya, Indonesia, Laos, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam—, el ministro de exteriores malasio, Mohamad Hasan, subrayó la necesidad de unidad para enfrentar la nueva situación mundial.

“Las naciones del ASEAN están entre las más afectadas por los aranceles impuestos por EE.UU.”, afirmó. “La guerra comercial entre EE.UU. y China está alterando drásticamente los patrones de producción y comercio a nivel mundial. Es probable que se produzca una desaceleración económica mundial. Debemos aprovechar este momento para profundizar la integración económica regional, de modo que podamos proteger mejor a nuestra región de los shocks externos”.

La reunión de ASEAN fue seguida por un encuentro del bloque con el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) —que incluye a los países productores de petróleo Bahréin, Kuwait, Omán, Catar, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos— celebrado el martes. También asistió el viceprimer ministro chino, Li Qiang.

Al inaugurar la reunión, el primer ministro malasio, Anwar Ibrahim, afirmó que esta reunión inaugural marcaba el inicio de un nuevo capítulo de cooperación.

ASEAN y el CCG tienen un PIB combinado de casi 25 billones de dólares y un mercado de más de 2.000 millones de personas, lo que ofrece enormes oportunidades de inversión transregional.

“Confío en que ASEAN, el CCG y China podrán aprovechar nuestras cualidades únicas para forjar un futuro más conectado, más resiliente y próspero”, afirmó Ibrahim.

El objetivo central de EE.UU. es arrancar a los países, especialmente a los del sudeste asiático, de su dependencia económica de China con el objetivo de poner fin a su intento de equilibrar estratégicamente su relación entre Washington y Beijing.

Pero EE.UU. enfrenta un grave problema: no tiene nada que ofrecer a estos países en términos económicos, en un contexto donde romper con China podría resultar en una devastación económica, amenazando con provocar importantes estallidos sociales y posiblemente reacciones de represalia, como ha advertido Beijing.

El resultado, al menos hasta ahora, es que, en lugar de alejarse de Beijing, las acciones de EE.UU. están empujando a más países hacia su órbita, porque no tienen otra alternativa. A Washington también le preocupa que los países del CCG —de los cuales China obtiene el 30 por ciento de sus suministros de petróleo— hayan decidido declarar públicamente una colaboración más estrecha con el bloque ASEAN en una reunión importante celebrada en presencia de un alto funcionario del gobierno chino.

Se están manifestando problemas similares en América Latina, región que EE.UU. busca integrar en un bloque anti-China.

Así se destacó en una reciente entrevista en el Financial Times con el saliente secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro. Advirtió que “lo peor que le podría pasar a América Latina es verse obligada a elegir” entre EE.UU. y China.

Las declaraciones del jefe de la OEA, quien deja el cargo luego de 10 años y es considerado políticamente alineado con EE.UU., son significativas.

“China es el mayor o el segundo mayor socio comercial de prácticamente todos los países de América Latina”, señaló Almagro. “Si se elimina eso de la ecuación… se producirá una catástrofe económica regional violenta”.

El problema es el mismo que en el sudeste asiático. Sin poner concesiones económicas sobre la mesa, EE.UU. avanza mediante amenazas y una política de chantaje imperialista. Tras presionar para retomar el control del Canal de Panamá, obligó a Panamá a retirarse de las iniciativas de la Franja y la Ruta de China, ha amenazado a Colombia con sanciones si se suma a ellas, y ha instado a México a reducir la inversión china en sus fábricas.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 29 de mayo de 2025)

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