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Medios corporativos presentan al expresidente y exguerrillero uruguayo José Mujica como un santo secular

Miles participan en la marcha fúnebre de Mujica en Montevideo, Uruguay, 14 de mayo [Photo by Efeland / CC BY 4.0]

Miles de personas asistieron al funeral de José “Pepe” Mujica el 14 de mayo, llenando las calles de Montevideo.

La muestra de afecto popular al expresidente uruguayo y exguerrillero tupamaro tuvo lugar en el contexto de un crecimiento global de fuerzas de extrema derecha y abiertamente autoritarias, personificadas por el argentino Javier Milei, el brasileño Jair Bolsonaro y el estadounidense Donald Trump.

La llegada al poder de figuras como Milei y Bolsonaro que defienden sin tapujos las dictaduras militares fascistas que aterrorizaron a América Latina en los años setenta y ochenta exige un examen sobrio del contenido de la política de Mujica, que se presenta ampliamente como una “alternativa”.

El presidente Yamandú Orsi, quien lidera el partido Frente Amplio de Mujica, dijo en una conmemoración publicada en X:

Tenemos que honrar a lo que tanto han hecho por nosotros y por nuestro país y esa clave de llegar al Gobierno para transformar la realidad para gobernar para todos, no para una barrita, tampoco para la mitad.

La elevación de políticos de izquierda y “humildes” como Mujica ha sido durante mucho tiempo parte del arsenal político de las élites gobernantes capitalistas para desviar el descontento popular hacia canales seguros. Hoy en día, la marca de populismo de Mujica está siendo promovida ampliamente por los medios corporativos a nivel internacional ante el temor de la creciente ira social.

El diario brasileño de derecha Estadão, por ejemplo, publicó un artículo de opinión titulado “La lección de Mujica que Lula y Bolsonaro necesitan escuchar: el poder público no es para la ostentación”, alabando su austeridad personal.

Mientras tanto, El País de España lo elogió como “el revolucionario tranquilo”.

La “tranquilidad” que le valió a Mujica este elogio se basa en una carrera política que se opone a la lucha por una verdadera política socialista y revolucionaria en la clase trabajadora.

Nacido en 1935 en una modesta familia de Montevideo, los primeros años de vida de Mujica fueron moldeados por diferentes niveles de pobreza junto con la influencia de movimientos nacionalistas burgueses de masas como el peronismo, el estalinismo y la socialdemocracia que dominaban la política de izquierda latinoamericana. Ya en 1956, Mujica se involucró en la política a través del legislador Enrique Erro y se convirtió en líder juvenil del Partido Nacional, el partido capitalista más antiguo del país. En 1962, Erro y Mujica trabajaron con el Partido Socialista para establecer un nuevo partido, la Unión Popular.

En 1964, se unió a los tupamaros, la versión uruguaya de los movimientos guerrilleros pequeñoburgueses que se extendieron por la región, inspirados en la Revolución cubana de 1959.

La estrategia de guerrilla urbana de los Tupamaros, que consistía en robos a bancos, distribuciones de alimentos propios de Robin Hood y secuestros, buscaba desestabilizar el Estado, que era cada vez más autoritario. Pero sus acciones en última instancia aislaron a los jóvenes y trabajadores más radicalizados del proletariado en general.

Las estrategias guerrilleras, glorificadas por los revisionistas pablistas, dejaron a los trabajadores bajo el dominio de líderes estalinistas y reformistas, convirtiéndolos en meros espectadores de actos de “lucha armada”. En última instancia, sirvieron para paralizar políticamente a la clase trabajadora y allanar el camino para una dictadura militar que sometería a la población uruguaya a una de las tasas de encarcelamiento y tortura per cápita más altas del planeta.

En Uruguay, el Partido Obrero Revolucionario (POR) fundado en 1944 como una sección de la Cuarta Internacional trotskista se vio dominado por la tendencia dirigida por el revisionista argentino Juan Posadas. En 1953, Posadas apoyó a la facción pablista dentro de la Cuarta Internacional que abogaba por liquidar el movimiento trotskista en los movimientos “de masas” estalinistas y nacionalistas burgueses, en oposición a la defensa del trotskismo ortodoxo por parte del Comité Internacional de la Cuarta Internacional que se formó en base a la “Carta Abierta” redactada por James P. Cannon.

Los posadistas, que romperían con el pablismo sin principios, respondieron a la Revolución cubana glorificando el guevarismo y promoviendo la guerra de guerrillas en todo el continente, al igual que otras tendencias pablistas como el PRT-ERP morenista en Argentina.

Durante todo este tiempo, el CICI y sus partidarios emprendieron una campaña intransigente por la independencia política de la clase trabajadora, contra la adaptación de los pablistas al castrismo, el guevarismo y las alianzas con los partidos burgueses.

En 1971, el brazo político de los tupamaros y el POR uruguayo se unieron al nuevo Frente Amplio, una coalición frentepopulista que incluía a los democratacristianos burgueses, estalinistas y numerosas fuerzas de izquierda y abiertamente conservadoras. El Frente Amplio, que postuló al general retirado Líber Seregni como su candidato presidencial, perdió en una elección amañada en noviembre de 1971 que involucró la intervención de la Administración de Nixon, el Gobierno británico y la dictadura brasileña.

El régimen resultante liderado por el ganadero Juan María Bordaberry lanzó una ofensiva militar represiva contra la izquierda. En junio de 1973, Bordaberry disolvió el Congreso e instaló una dictadura militar directa que dirigió hasta ser derrocado por los militares en 1976.

Mujica fue arrestado por primera vez en 1970 y recapturado en 1971 y 1972 después de dos fugas exitosas. Pasó unos 14 años en prisión, gran parte de ellos en régimen de aislamiento, y fue sometido a tortura. Liberado en 1985 bajo una amnistía que también protegía a sus torturadores, Mujica y la mayoría de los tupamaros abandonaron la lucha armada para disolver el movimiento en la política electoral como parte del Frente Amplio.

Este cambio de la lucha armada a la política capitalista fue llevado a cabo por guerrilleros guevaristas en todo el continente americano e internacionalmente. Esto confirmó el carácter de clase pequeñoburgués de estos grupos, que en última instancia representaban a sectores de la burguesía nacional que buscaban transigir con el imperialismo y sus aliados en las capas ultrarreaccionarias de la oligarquía.

La historia del Frente Amplio se resume en amargas derrotas para la clase trabajadora uruguaya, desde las elecciones amañadas de 1971 que abrieron la puerta a la dictadura, hasta convertirse en el instrumento preferido de dominio de clase por parte de sectores de la élite gobernante que abogan por políticas de “desarrollo nacional” sin abordar las raíces de la desigualdad social.

La presidencia de Mujica en 2010–2015 incluyó algunas políticas progresistas limitadas, que legalizaron el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero que en última instancia sirvieron para encubrir la falta de un esfuerzo genuino para transformar las condiciones sociales de la clase trabajadora. El programa económico, en gran parte moldeado por su vicepresidente Danilo Astori, se basó en una visión utópica del capitalismo microempresarial y el crecimiento impulsado por las exportaciones, dependiente de las concesiones comerciales de Estados Unidos y Europa. Este modelo hizo poco para desafiar la concentración de la tierra, la desigualdad de la riqueza o el desempleo crónico, que obligó a medio millón de uruguayos (de una población total de apenas 3,4 millones) a buscar trabajo en el extranjero.

Fundamentalmente, el Gobierno de Mujica defendió la ley de amnistía de 1986 que protegía a los torturadores y asesinos militares, junto con sus patrocinadores burgueses, justificando esto como “reconciliación”. Su Gobierno normalizó la migración laboral como una válvula de seguridad económica, en lugar de abordar sus causas estructurales. En última instancia, el proyecto de “desarrollo nacional” del Frente Amplio resultó impotente frente a un sistema globalizado de producción dominado por el imperialismo.

Muchos trabajadores y jóvenes que se radicalizan en oposición a las injusticias y la profundización de la crisis del capitalismo pueden sentirse atraídos por figuras “izquierdistas” como Mujica, quien forjó una imagen de humildad e intelectualidad personal para contrastar con la corrupción obscena, la ostentación y la estupidez de los establecimientos políticos actuales. Al mismo tiempo, su popularidad también fue cuidadosamente cultivada desde arriba.

Como observó El País, “El expresidente de Uruguay no tuvo que acudir a las redes en busca de shares, ‘likes’ y reproducciones: las redes acudían a él”. ¿Por qué estos algoritmos controlados por la élite gobernante corporativa promueven a Mujica y, si vamos al caso, por qué los medios corporativos lo glorifican póstumamente como un santo secular?

Esta promoción solo puede explicarse por el hecho de que su política no representaba una amenaza para el sistema de ganancias capitalista. En última instancia, las etapas aparentemente contradictorias de su larga carrera, desde las acciones guerrilleras de Tupamaro hasta el electoralismo frentepopulista del Frente Amplio, representaron igualmente un callejón sin salida que sirvió para anestesiar y desorientar a los trabajadores y jóvenes.

A pesar de sus reflexiones “profundas” sobre diversos temas, su política nacionalista pequeñoburguesa estuvo marcada en última instancia por una perspectiva pesimista de la sociedad reconocida por el propio Mujica. En una entrevista de octubre con El País, dijo:

Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido y le di un sentido a mi vida. Moriré feliz. Gasté soñando, peleando, luchando. Me cagaron a palos y todo lo demás. No importa, no tengo cuentas para cobrar.

Tal pesimismo y resignación reflejan una indiferencia de clase ante el futuro de las masas populares que han sufrido las consecuencias de las traiciones y derrotas históricas infligidas a la clase obrera latinoamericana.

El trágico ejemplo del chileno Salvador Allende cobra gran importancia: un Gobierno de frente popular que, a pesar de toda su retórica “socialista” y sus limitadas reformas, defendió las relaciones e intereses de propiedad capitalistas contra el levantamiento revolucionario de la clase obrera chilena y allanó el camino para un golpe militar respaldado por Estados Unidos en septiembre de 1973 y la sangrienta dictadura del general Augusto Pinochet.

Al igual que con el resto de la “marea rosa” de América Latina, Mujica y el Frente Amplio proporcionan una fachada popular para los regímenes capitalistas en bancarrota.

Mientras las élites gobernantes de la región se preparan para retomar la mortífera represión fascista de la década de 1970 en respuesta a un nuevo resurgimiento de la lucha de clases, la clase trabajadora debe extraer las amargas lecciones de esta historia y construir una nueva dirección revolucionaria basada en la perspectiva socialista e internacionalista del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 18 de mayo de 2025)

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