Un acuerdo comercial entre Estados Unidos y Reino Unido fue anunciado el jueves por la noche, después de haber sido anticipado esa misma mañana.
Los aranceles del 27,5 por ciento sobre los automóviles británicos se reducirán al 10 por ciento para una cuota de 100.000 coches —cualquier venta adicional se verá gravada con la tasa completa. Se eliminarán los aranceles sobre el acero y el aluminio británicos. También habrá exenciones para componentes aeroespaciales británicos, a cambio de que British Airways encargue 30 aviones Boeing 787 Dreamliner. Todas las demás exportaciones al mercado estadounidense enfrentarán un arancel general del 10 por ciento.
Un acuerdo recíproco sobre la carne de res permite a ambos países exportar 13.000 toneladas métricas con un arancel reducido de entre el 4 y el 10 por ciento para los exportadores del Reino Unido, y libre de impuestos para los exportadores estadounidenses —anteriormente podían alcanzar hasta el 125 por ciento. Estados Unidos también recibió una exención arancelaria sobre los primeros 1,4 mil millones de litros de etanol exportados a Reino Unido —antes gravados entre el 10 y el 50 por ciento.
Ha habido sugerencias vagas de un trato preferencial en lo que respecta a los aranceles sobre productos farmacéuticos —la segunda mayor exportación de bienes británicos a EE.UU., después de los automóviles—, lo que Trump se espera anuncie en las próximas semanas.
Aunque el acuerdo proporciona algo de alivio a las industrias británicas del automóvil y del acero, el panorama general evidencia lo débil de la posición del capitalismo británico. Los aranceles promedio del Reino Unido sobre productos estadounidenses han caído del 5,1 por ciento al 1,8 por ciento desde que Trump llegó a la presidencia, mientras que los aranceles promedios de EE.UU. sobre bienes británicos han aumentado del 3,4 por ciento al 10 por ciento.
Más que nada, el acuerdo es una señal del gobierno laborista de Sir Keir Starmer de que prioriza las relaciones con Estados Unidos por encima de las que mantiene con Europa. Y la Casa Blanca de Trump está ansiosa por explotar este hecho a su favor en su guerra comercial, tanto contra la Unión Europea (UE) como a escala global.
Mientras que la mayoría de los comentaristas británicos se han limitado a señalar lo “superficial” del acuerdo, algunos han sido más mordaces. Alan Beattie, en el diario Financial Times, tituló un artículo “El acuerdo comercial de Reino Unido con Trump puede no ser una buena noticia para el mundo”, argumentando que “la elección de Starmer socava el multilateralismo y conlleva riesgos para Reino Unido”.
Beattie describe el acuerdo, “diseñado puramente para escapar a los aranceles que Donald Trump impuso sobre acero y automóviles”, como “más cercano a un pago de protección al jefe de una mafia que a un acuerdo liberalizador entre países soberanos”, y advierte que, “dado lo ansioso que estaba Reino Unido por llegar a un acuerdo, no hay garantía de que Trump no vuelva por más”.
Su mayor preocupación va más allá de Reino Unido. Beattie escribe que “cualquiera sea el beneficio a corto plazo para Reino Unido”, el acuerdo “no ha hecho mucho en favor de la integridad del sistema comercial global”. Al “ceder ante la presión estadounidense y buscar un acuerdo exprés, Reino Unido ha alentado a otros a hacer lo mismo”, y “al aceptar que seguirá enfrentando el arancel base del 10 por ciento, Reino Unido también ha normalizado una medida profundamente regresiva”.
El acuerdo con EE.UU. fue anunciado el mismo día en que la UE publicó un catálogo de 200 páginas con más de 4.800 bienes importados desde Estados Unidos que podrían ser gravados con aranceles por un total cercano a los 100.000 millones de euros. Es muy posible que Trump haya adelantado el anuncio —llamando por sorpresa a Starmer el miércoles por la noche— como una maniobra de represalia.
Por su parte, la prensa europea ha señalado rápidamente la débil posición económica de Reino Unido frente a EE.UU., la Unión Europea y China. “En comparación con los dos grandes bloques [China y la UE]”, escribió Der Spiegel, “los británicos son de poca monta”, representando tan solo el 3 por ciento del comercio estadounidense. Cita a Justin Wolfers, profesor de la Universidad de Michigan, calificando el acuerdo como “una oportunidad fotográfica sin mayor relevancia macroeconómica”.
El diario agrega: “Trump puede sentirse reivindicado por su decisión de ‘hacer estallar todo el sistema’. Ahora otros gobiernos estarán bajo presión para obtener concesiones para sus empresas y votantes”.
Esto molestará a los líderes europeos con quienes Starmer intenta un “reinicio” post-Brexit, organizando una cumbre Reino Unido-UE en Londres el 19 de mayo —la primera de una serie de reuniones anuales destinadas a “evaluar la relación bilateral”, según un borrador de declaración conjunta.
Faisal Islam, editor económico de la BBC, explica las intenciones del gobierno británico, señalando que el “verdadero logro” del acuerdo con EE.UU. “podría ser que este acuerdo arancelario mantenga contentos a los estadounidenses, mientras deja abierta la puerta a un acuerdo sustantivo con la Unión Europea.
“Al mantener los estándares alimentarios británicos y no aceptar, por ejemplo, carne vacuna tratada con hormonas o pollo clorado, un acuerdo de exportación agroalimentaria ‘en forma completa’ con la UE, similar al de Suiza, está claramente sobre la mesa para las próximas dos semanas.”
El director del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, fue rápido en abogar por que Reino Unido “comience a restablecer esa relación” con la UE, declarando a la BBC que el acuerdo con EE.UU. podría sentar un ejemplo: “Demuestra que los acuerdos comerciales son importantes. Se pueden lograr acuerdos comerciales… Espero que podamos usar estos acuerdos para reconstruir el sistema comercial mundial.”
Este es un caso claro de maquillar una mala situación.
Cualquiera sea su desenlace final, las maniobras de Starmer apuntan a la continuación de la fragmentación de las relaciones comerciales internacionales establecidas desde el fin de la Guerra Fría. De hecho, Beattie escribe que “el riesgo más importante no es para Reino Unido en sí, sino para el sistema comercial global”. Señala que la reducción británica de los aranceles para el etanol y la carne de res producidos específicamente en EE.UU. —fuera de un acuerdo comercial formal— socava “el principio de ‘nación más favorecida’ que subyace al sistema comercial multilateral”.
Según las normas de la Organización Mundial del Comercio, fuera de acuerdos comerciales específicos, los miembros deben tratar a todos los demás miembros de la misma manera en lo que respecta a los aranceles a la importación. Pero estos principios están siendo abandonados en medio de una guerra comercial global cuya lógica es reemplazar la brutalidad antiobrera de la competencia de mercado relativamente libre por una aún más brutal lógica antiobrera de bloques comerciales en conflicto.
En particular, el comportamiento de Reino Unido no será bien recibido por Europa.
Der Spiegel advierte del acuerdo EE.UU.-Reino Unido: “Según la Casa Blanca, se planea la creación de una ‘comunidad comercial’ para el acero y el aluminio. Esto podría significar que, en el futuro, Reino Unido imponga un arancel del 25 por ciento sobre las importaciones de terceros países como Alemania.”
Los conflictos económicos están estrechamente entrelazados con la competencia militar. Politico informa que el presidente francés Emmanuel “Macron está jugando duro mientras Starmer lucha por restablecer relaciones con la UE”, y que Francia busca “limitar el acceso británico a un fondo europeo de rearme de 150.000 millones de euros que se está negociando”.
El artículo explica: “El Reino Unido quiere que sus empresas se beneficien de SAFE, el programa de rearme europeo multimillonario que actualmente negocian los miembros de la UE, pero Francia ve ese esfuerzo como una competencia indeseada por parte de Londres, y como un intento británico de ‘quererlo todo’ después del Brexit.
“Los esfuerzos británicos para asegurar un acuerdo comercial con Washington han reforzado la visión francesa de que el reinicio con Starmer será relativamente limitado y que Reino Unido no ve su futuro exclusivamente vinculado al continente”.
(Artículo originalmente publicado en inglés el 8 de mayo de 2025)
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