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Perspectiva

Día Internacional de los Trabajadores 2025: el socialismo contra el fascismo y la guerra

El WSWS está publicando aquí tanto el vídeo (con subtítulos) como el texto del discurso del presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site, David North, pronunciado como introducción al Acto Internacional en Línea del Primero de Mayo 2025 .

Al comenzar esta celebración del Primero de Mayo de 2025, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, el Partido Mundial de la Revolución Socialista, proclama su solidaridad con todos aquellos que están siendo privados de su derecho democrático a la libertad e incluso a la vida por parte de los Estados capitalistas y sus agencias policiales en todo el mundo.

El Comité Internacional llama a los trabajadores y jóvenes a ampliar la lucha por la libertad del socialista ucraniano Bogdan Syrotiuk, quien ha estado encarcelado durante un año y está esperando juicio por cargos de “traición” –es decir, luchar por la unidad de los trabajadores y jóvenes ucranianos y rusos en oposición a la guerra por poderes instigada por el imperialismo estadounidense y europeo y contra el chovinismo nacional reaccionario promovido por los regímenes de Kiev y Moscú—.

Declaramos nuestra solidaridad con el pueblo de Gaza, que está siendo sometido a la campaña de violencia genocida lanzada por el régimen criminal israelí, que actúa con el apoyo de todos los Gobiernos imperialistas.

El Comité Internacional y sus partidos Socialistas por la Igualdad afiliados se comprometen a continuar la lucha por la movilización de la clase trabajadora en apoyo de la lucha del pueblo palestino contra el Estado capitalista israelí. Repetimos nuestro llamado a la clase trabajadora y a la juventud de Israel a repudiar la ideología asesina y el callejón sin salida político del chauvinismo sionista, y a unirse con sus hermanos y hermanas árabes en la lucha por una Palestina socialista y una federación socialista de Oriente Próximo.

El Partido Socialista por la Igualdad en Estados Unidos exige el regreso inmediato de Mahmoud Khalil, Rümeysa Öztürk y Leqaa Kordia –apresados por los agentes de la Gestapo de Trump– a sus hogares en Estados Unidos. Exigimos el fin inmediato de la persecución de todos los estudiantes y profesores que ejercen el derecho a la libertad de expresión consagrado en la Constitución de los Estados Unidos tanto a ciudadanos como a no ciudadanos.

Denunciamos la deportación de cientos de migrantes que viven en Estados Unidos, como Andry Hernández Romero y Kilmar Armando Abrego García, a un campo de concentración en El Salvador. Hace veinte años, el mundo quedó conmocionado por la publicación de fotografías que exponían la tortura de los iraquíes en el campo de prisioneros de guerra de Abu Ghraib. La Administración de Bush buscó evadir la responsabilidad directa por el abuso sádico de los soldados iraquíes atribuyendo los crímenes a actos no autorizados de malhechores individuales.

Hoy en día ni siquiera se intenta tal evasión de responsabilidad. La Administración de Trump se jacta de sus planes de deportar a miles de migrantes que ahora viven en Estados Unidos al famoso Centro de Confinamiento de Terrorismo en El Salvador, conocido como CECOT. Esta instalación, diseñada para albergar a 40.000 seres humanos, es el equivalente a un campo de concentración. Las celdas albergan entre 65 y 156 prisioneros, donde están confinados durante 23,5 horas al día bajo iluminación artificial perpetua. Duermen en literas de metal sin colchones, almohadas ni sábanas. Los reclusos son golpeados y privados de alimentación adecuada y de la atención médica necesaria. Son humillados sistemáticamente y ha habido informes de tortura, incluido el uso de descargas eléctricas.

Presos en el Centro de Confinamiento del Terrorismo, marzo de 2023 [Photo by Presidencia de El Salvador]

Cuando el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, visitó la Casa Blanca en abril, el presidente Trump declaró públicamente su intención de deportar a “nacionales” –es decir, ciudadanos estadounidenses– a la CECOT; y afirmó que sería necesario construir cinco campos más para albergar a las decenas de miles que Trump amenaza con deportar.

Entre las víctimas recientes de la redada de Trump se encuentran tres niños, de 2, 4 y 7 años, todos ciudadanos estadounidenses, que han sido deportados a Honduras. Uno de los niños tiene 4 años y le han diagnosticado cáncer en estadio 4. El niño fue deportado sin medicación ni acceso a atención médica.

Mientras conmemoramos el Primero de Mayo de 2025, es necesario ubicar los eventos en el contexto histórico apropiado. Este Primero de Mayo coincide con el octogésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa. El 8 de mayo de 1945 el régimen nazi capituló. A esto le siguió, tres meses más tarde, la rendición de Japón, que se produjo tras la incineración de Hiroshima y Nagasaki por las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos.

Los seis años de la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945, fueron testigos de una barbarie en una escala que superó todo lo que el mundo había experimentado anteriormente. La apertura de los campos de concentración en Europa expuso la enormidad de la barbarie fascista. El genocidio de los judíos europeos –la implementación de una campaña sistemáticamente planificada de asesinatos industriales en masa– fue sólo una parte horrible de la violencia global desatada por el capitalismo.

La guerra se cobró entre 70 y 85 millones de vidas, aproximadamente el 3 por ciento de la población mundial. Las muertes militares se estiman entre 21 y 25 millones; las muertes de civiles oscilan entre 50 y 55 millones. Después de la guerra, los vencedores afirmaron que no se podía permitir que los horrores de ese conflicto volvieran a ocurrir. En el juicio de Núremberg de 1945-46, los fiscales estadounidenses proclamaron que las nuevas leyes que se utilizaron para condenar a los líderes nazis por genocidio y crímenes contra la paz serían invocadas en el futuro contra los líderes de cualquier nación, incluido Estados Unidos, que cometiera actos similares.

Acusados en el Tribunal Internacional Militar durante el juicio de criminales de guerra en Núremberg, Bavaria, Alemania

Por supuesto, esa promesa fue olvidada. En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, los líderes de las potencias imperialistas libraron guerras que resultaron en la muerte de millones. Pero incluso teniendo en cuenta el sangriento historial de crímenes imperialistas, está claro que el actual orden mundial está atravesando un proceso de asombrosa regresión política y moral. En medio de la Primera Guerra Mundial, Lenin advirtió que el régimen imperialista tiende, en la práctica, a la destrucción de la diferencia entre los regímenes absolutistas y democráticos.

La norma, dijo, es “la reacción política en todos los niveles”. Esta norma está siendo corroborada por los acontecimientos contemporáneos. El crimen de genocidio se está ejecutando contra el pueblo de Gaza ante los ojos de todo el mundo. Los bombardeos nazis de Guernica en 1937 y de Rotterdam en 1940 fueron vistos como actos depravados que sólo podían ser cometidos por un Estado criminal. Pero la aniquilación sistemática de Gaza, sobre cuyos indefensos habitantes se lanzan bombas de 2.000 libras, es defendida por los Gobiernos “democráticos” de Europa y América del Norte, Australia y Nueva Zelanda. Lejos de condenar a Israel, las potencias imperialistas –haciendo caso omiso de las conclusiones de la Corte Penal Internacional– denuncian y criminalizan las protestas de estudiantes y trabajadores contra el genocidio.

Con un nivel de engaño y cinismo que se creía limitado a los regímenes totalitarios, las palabras se tuercen y se les da un significado opuesto a su connotación original y objetiva. Y por eso ahora se proclama que denunciar el genocidio es “antisemitismo”, y los judíos que se manifiestan contra la campaña de asesinatos en masa de tipo nazi son denunciados como antisemitas.

Tras el colapso del régimen nazi, innumerables académicos argumentaron que el Tercer Reich fue un acontecimiento histórico extraño, algo así como un accidente automovilístico imprevisible, que desafiaba toda explicación lógica. Al intentar refutar el marxismo y absolver al capitalismo de la responsabilidad de la catástrofe, se argumentó que la causa del fascismo no se encontraba en la economía capitalista y la geopolítica imperialista, sino en la psicología, es decir, en el carácter irracional de la conciencia humana.

Tales explicaciones no proporcionaron ninguna visión científicamente fundamentada de las causas reales de los desastres de los años 1930 y 1940, y no son menos útiles para explicar los acontecimientos que se están desarrollando actualmente. Ochenta años después del colapso del régimen nazi y el fin de la Segunda Guerra Mundial, la democracia constitucional se está desmoronando y la influencia y el poder de los políticos fascistas están creciendo. Todas las potencias imperialistas están aumentando masivamente los gastos militares. Los líderes políticos alemanes hablan de la necesidad de prepararse para una nueva guerra con Rusia antes de que finalice la década. La humanidad está más cerca de una guerra mundial nuclear que en cualquier otro momento desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Las causas esenciales del descenso a la barbarie política y a la guerra global catastrófica son las mismas contradicciones económicas y sociales del régimen capitalista que resultaron en la guerra y el fascismo en el último siglo. Estas contradicciones interrelacionadas son, primero, la incompatibilidad de la economía mundial con el sistema capitalista de Estados nación; y, segundo, el carácter socialmente destructivo de la propiedad privada capitalista de las fuerzas productivas, controlada por oligarcas obsesionados por el dinero, y de la producción social que involucra el trabajo de miles de millones de personas que componen la clase trabajadora internacional.

Estas contradicciones operan hoy en una escala e intensidad varios órdenes de magnitud mayores que las que llevaron a la Primera y Segunda Guerra Mundial. La soberanía de las economías nacionales ha sido disuelta por una vasta red de producción global. La producción de mercancías implica un proceso que integra el trabajo de trabajadores de todo el mundo. Los intentos de identificar el origen nacional específico de una gran parte de los productos básicos son casi absurdos. Si bien invocan la santidad de la economía nacional y proclaman la producción nacional como su ideal supremo, el verdadero objetivo de todos los Estados imperialistas es controlar o, al menos, asegurar una posición favorable en las redes de producción mundial y la cadena global de productos básicos. La lucha por el dominio e incluso la supervivencia conduce inevitablemente a disputar los recursos críticos, incluida la mano de obra, y los mercados mundiales.

Estados Unidos es el principal protagonista de esta contienda mundial. Lo que confiere a sus acciones un carácter especialmente despiadado y violento es el hecho de que la lucha de la clase dominante estadounidense por la hegemonía global se desarrolla en el contexto de la prolongada decadencia de su poder económico real. Los días felices del poder productivo estadounidense, cuando sus industrias dominaban el mundo, cuando la autoridad del dólar estaba respaldada por el oro y basada en su base industrial masiva real, autenticada por los superávits del comercio exterior, han quedado atrás.

Durante el último medio siglo, la verdadera base de la economía estadounidense se ha transformado de la producción industrial al parasitismo financiero. La riqueza de la clase dominante estadounidense no se ha basado en el crecimiento de la producción sino en la expansión ilimitada de la deuda. El capitalismo estadounidense consiste ahora en un vasto edificio de capital ficticio, es decir, reclamos legales sobre ingresos futuros que surgen de préstamos e infinitas formas de creación de deuda.

La deuda federal bruta de Estados Unidos era de 371 mil millones de dólares en 1970. Aumentó a 908 mil millones de dólares en 1980. En 2020 había aumentado a 26 billones de dólares y a principios de este año había aumentado otros 10 billones de dólares más. La magnitud del parasitismo es casi incomprensible. El carácter ficticio de la riqueza queda ejemplificado por el hecho de que sólo alrededor del 15 por ciento de los fondos que circulan a través de las instituciones financieras estadounidenses financian nuevas inversiones comerciales. El 85 por ciento restante persigue activos existentes. Por lo tanto, el precio de las acciones negociadas en Wall Street y en los mercados financieros globales tiene poca o ninguna relación con la generación de plusvalía en un proceso de producción real que implica el gasto de fuerza de trabajo.

Un estudio sobre finanzas internacionales publicado en 2021 por el McKinsey Global Institute informó: De 2000 a 2020, los activos financieros como acciones, bonos y derivados crecieron de 8,5 a 12 veces el PIB. A medida que los precios de los activos subieron, se crearon casi 2 dólares de deuda y alrededor de 4 dólares en pasivos totales, incluida la deuda, por cada dólar de nueva inversión neta”.

En los últimos meses se ha escrito mucho sobre la creciente crisis de confianza en el dólar estadounidense, que ha provocado varias caídas fuertes en Wall Street y el aumento del precio del oro a un récord de 3.500 dólares la onza. Esto es cien veces más que el precio oficial del oro en agosto de 1971, cuando el presidente Richard Nixon puso fin a la convertibilidad del dólar en oro a un precio de 35 dólares la onza.

El significado objetivo de la “pérdida de confianza” es que los inversores globales reconocen el carácter insostenible de los déficits comerciales y la montaña de deuda de EE.UU. Dicho sin rodeos, se teme que Estados Unidos esté al borde de la quiebra.

Aquí radica la clave para comprender las políticas de la Administración de Trump. Por más descabelladas e imprudentes que puedan parecer sus políticas, todas son, en última instancia, respuestas desesperadas a una crisis real del imperialismo estadounidense. Al carecer de una respuesta humana a problemas que son insolubles sobre la base del capitalismo, las acciones tomadas por Trump sólo profundizan la crisis y empeoran las cosas.

Los déficits comerciales multimillonarios se reducirán mediante la imposición de aranceles. Los déficits presupuestarios masivos se reducirán mediante un ataque salvaje a programas sociales críticos. Incapaz de crear riqueza a través de la producción, Trump planea abiertamente saquear los recursos de otros países. En quizás la única declaración veraz que Trump ha hecho desde que asumió el cargo, afirmó sin rodeos que el futuro de Ucrania es de interés para Estados Unidos sólo como fuente de minerales estratégicos por valor de billones de dólares.

Emulando la anexión de Austria y Checoslovaquia por parte de Hitler en 1938, Trump amenaza con apoderarse de Canadá y Groenlandia. Ha declarado su intención de restablecer el control estadounidense sobre el canal de Panamá.

El vicepresidente JD Vance se pronuncia en la base espacial Pituffik del Ejército estadounidense en Groenlandia, 28 de marzo de 2025, mientras el secretario de Energía, Chris Wright, a la izquierda, y el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Mike Waltz, lo escuchan. [AP Photo/Jim Watson]

Existe una clara similitud entre Hitler y Trump en sus motivaciones objetivas y procesos de toma de decisiones. El fallecido historiador británico Tim Mason describió el Gobierno de Hitler como “un régimen cuyo liderazgo estaba cada vez más atrapado en contradicciones económicas y políticas en gran parte de su propia creación y que buscaba escapar o resolver o mantener su identidad distintiva a través de una serie de repentinos bandazos en la política y una toma de riesgos cada vez más explosiva”. Con la diferencia de que la crisis subyacente se ha ido desarrollando en Estados Unidos durante décadas, la descripción que hace el historiador de la política de Hitler se aplica también al actual presidente estadounidense.

Las políticas de Trump, cuando se examinan no como los espasmos mentales de un imbécil malvado sino como la respuesta de la clase dominante estadounidense a una crisis para la que no existe una respuesta progresista o pacífica, reivindican la percepción de Trotsky sobre la esencia reaccionaria y violenta del “deseo de poder” de Estados Unidos. Trotsky escribió en 1928:

En el período de crisis, la hegemonía de los Estados Unidos operará de manera más completa, más abierta y más despiadada que en el período de auge. Estados Unidos buscará superar y liberarse de sus dificultades y enfermedades principalmente a expensas de Europa, independientemente de si esto ocurre en Asia, Canadá, América del Sur, Australia o la propia Europa, o si esto ocurre pacíficamente o mediante la guerra.

Seis años más tarde, en 1934, hizo otra predicción escalofriante. Escribió:

¿El mundo está repartido? Hay que volver a repartirlo. Alemania trataba de 'organizar Europa'. Estados Unidos debe 'organizar' el mundo. La historia está enfrentando a la humanidad con la erupción volcánica del imperialismo estadounidense.

León Trotsky, 1932

Esa erupción ya está en marcha. Pero la preparación para una guerra global requiere una escalada de la guerra interna. Desde el comienzo de su segundo mandato, Trump ha estado utilizando la Presidencia como cabina de mando de una dictadura estatal policial-militar. No finge su desprecio por la Constitución y las convenciones legales. El uso repetido de órdenes ejecutivas por parte de Trump, en lugar de buscar la aprobación del Congreso, pretende ser una demostración de sus poderes ilimitados. Una Orden Ejecutiva firmada por Trump y emitida el 28 de abril autoriza el uso del poder militar y policial, sin restricciones legales. La sección 4 de la Orden se titula “Uso de los activos de seguridad nacional para el orden público”. Declara:

Dentro de los 90 días siguientes a la fecha de esta orden, la fiscala general y el secretario de Defensa, en consulta con la secretaria de Seguridad Nacional y los jefes de las agencias, según corresponda, aumentarán la provisión de activos excedentes militares y de seguridad nacional en las jurisdicciones locales para ayudar a las autoridades estatales y locales.

Luego, la sección establece que,

el secretario de Defensa, en coordinación con la fiscala general, determinará cómo los activos, el entrenamiento, las capacidades no letales y el personal militares y de seguridad nacional pueden utilizarse de manera más efectiva para prevenir el crimen.

Esta orden, sin precedentes en la historia de Estados Unidos, deroga, bajo el disfraz claramente fraudulento de “combatir el crimen”, la Carta de Derechos. Subrayando el carácter dictatorial de esta orden ejecutiva, la sección 6 declara:

La fiscala general y el secretario de los Grupos de Trabajo de Seguridad Nacional formados de conformidad con la Orden Ejecutiva 14159 del 20 de enero de 2025 (Protección del pueblo estadounidense contra la invasión) deben coordinar y promover los objetivos de esta orden.

Al igual que en sus políticas internacionales, Trump actúa no sólo según sus caprichos individuales, sino como representante de la oligarquía que gobierna Estados Unidos.

La Administración de Trump no es una aberración; es más bien la expresión política de la incompatibilidad de la desigualdad social masiva con la democracia. Al elegir a Elon Musk como su principal asesor, el hombre más rico del mundo, y al dotar su gabinete de megamillonarios y multimillonarios, Trump apenas se molesta en ocultar el hecho de que el suyo es un Gobierno de, por y para la oligarquía. Pero Trump no creó la oligarquía. Es producto del proceso de financiarización y acumulación de capital ficticio.

El presidente Donald Trump escucha a Elon Musk hablar en la Oficina Oval de la Casa Blanca, el martes 11 de febrero de 2025, en Washington. [AP Photo/Alex Brandon]

El enfoque económicamente patológico en aumentar el valor para los accionistas –es decir, el flujo de ingresos de los oligarcas– legitima un sistema inherentemente corrupto en el que las ganancias no se generan a partir de la actividad productiva sino de la manipulación de activos financieros, ejemplificada por las recompras de acciones, las fusiones y las adquisiciones apalancadas.

En términos absolutos, incluso cuando se ajusta a la inflación, la riqueza personal de los oligarcas multimillonarios supera la de los barones ladrones de finales del siglo XIX y principios del XX. La escala de riqueza concentrada en un sector infinitesimal de la población prácticamente desafía la comprensión. Un análisis reciente de la distribución de la riqueza en Estados Unidos informó que solo en 2024 se generó $1 billón de riqueza adicional para los 19 hogares estadounidenses más ricos. Este 0,00001 por ciento de la población representa casi el 2 por ciento de la riqueza total de los hogares estadounidenses.

El proceso de polarización social crece como un tumor maligno. En 2021 había 1.370 multimillonarios. A finales de 2024, el número había aumentado a 1.990, un aumento del 45 por ciento. El 1 por ciento más rico posee el 31 por ciento de la riqueza de Estados Unidos. En conjunto, el 10 por ciento más rico posee el 67 por ciento de la riqueza nacional. A modo de comparación, el 50 por ciento más pobre posee sólo el 3 por ciento.

Este asombroso nivel de desigualdad social no puede sostenerse democráticamente. Hay que subrayar que los oligarcas dependen del suministro e inyección continuos de crédito en los mercados financieros, especialmente en situaciones –como en 2008 y 2020– en las que todo el sistema fraudulento se enfrenta al peligro de colapso.

Este proceso quedó ejemplificado por la respuesta de la Reserva Federal y los bancos centrales a la pandemia de COVID-19. La principal preocupación de los Gobiernos no era salvar vidas sino más bien salvar los mercados financieros y a sus inversores de la clase dominante.

Como ha explicado mi camarada Nick Beams, que se pronunciará en este encuentro:

La riqueza de la oligarquía financiera no se sustenta en la creación de valor a través de la producción, sino en la inyección continua de capital ficticio en los mercados financieros por parte del Estado.

En términos objetivos, el ataque de la Administración de Trump a la democracia significa el realineamiento violento de las formas políticas de gobierno de acuerdo con las relaciones de clases que existen en la sociedad. La Casa Blanca flota sobre un apestoso montón de estiércol fraudulento. Trump, el tosco vendedor ambulante y maestro de la estafa, no es más que la personificación de una oligarquía criminal.

Pero la experiencia estadounidense no es del todo única. Es la manifestación más pronunciada de la ola de contrarrevolución política y social que se está extendiendo por todos los principales países capitalistas. Ochenta años después de que el cadáver de Mussolini fuera colgado de sus talones en Milán y Hitler acabara con su vida disparándose una bala en la boca, los partidos y políticos fascistas están ganando fuerza en prácticamente todos los países avanzados. Es necesario afrontar este peligroso hecho. Cualquier suavizamiento de la realidad, acompañado de un tranquilizador autoengaño de que el peligro pasará de alguna manera y todo volverá a la normalidad, sólo sirve para despejar el camino hacia la catástrofe política.

Pero reconocer el peligro fascista y la amenaza de una guerra mundial no significa aceptarlos como resultado inevitable de la crisis del capitalismo mundial. Es posible un resultado muy diferente. No se debe subestimar el peligro del fascismo. Pero tampoco hay que exagerar. Trump, en sus intenciones y en su personalidad, es un fascista. Pero todavía no dirige, como lo hizo Hitler, un movimiento fascista de masas. La historia enseña que el desarrollo y la victoria de tal movimiento reaccionario de masas depende de la desmoralización de la clase trabajadora. Pero esa no es la situación que prevalece hoy.

Es cierto que durante los primeros cinco años de esta década la política capitalista ha adquirido un carácter ferozmente reaccionario.

Pero junto con el crecimiento de la reacción capitalista-imperialista está en marcha otro proceso compensatorio: la creciente radicalización social y política de la clase trabajadora. Este movimiento se está fortaleciendo a escala mundial.

Las mismas contradicciones económicas, sociales y políticas que impulsan a las elites gobernantes hacia el fascismo y la guerra proporcionan el impulso para la intensificación de la lucha de clases y la revolución social. Recuerden, al estallido de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914 le siguió en febrero de 1917 el estallido de la Revolución rusa, que condujo a la conquista del poder por los bolcheviques en octubre de 1917 y al establecimiento del primer Estado obrero del mundo.

Manifestación de obreros y soldados en octubre de 1917

La Segunda Guerra Mundial desató las compuertas de las luchas revolucionarias de masas de la clase trabajadora y las masas coloniales que se extendieron por todo el mundo.

La misma dialéctica histórica está vigente hoy. La crisis global, que se desarrolla sobre la base de un sistema capitalista obsoleto, permite dos posibles soluciones: o el fin de la sociedad humana como consecuencia del fascismo y la guerra o su renovación mediante la revolución socialista.

A pesar de todos los peligros que existen actualmente, y sin subestimar los inmensos recursos y capacidades destructivos de la clase dominante, el potencial para una revolución social es mayor hoy que en cualquier otro momento de la historia. El poder de la clase trabajadora, en un sentido objetivo, está en su apogeo. La desintegración del sistema de Estados nación ha erosionado drásticamente los cimientos históricos del gobierno capitalista. Pero la globalización de la producción ha ampliado enormemente el tamaño físico y el poder económico potencial de la clase trabajadora internacional.

Tan sólo en los últimos 30 años, el proletariado global ha crecido en más de mil millones de personas. El tamaño del proletariado ha aumentado en África, Asia y América Latina. En los países avanzados, el proceso de proletarización ha absorbido ocupaciones que antes se definían como pequeñoburguesas o de clase media. Más del 60 por ciento de los estadounidenses viven de cheque en cheque, incluidos muchos en ocupaciones que antes eran de clase media. Incluso los trabajadores mejor pagados obtienen hoy prácticamente todos sus ingresos de los salarios. En la década de 1930, el presidente Franklin Roosevelt comentó cínicamente que impediría la revolución haciendo de Estados Unidos una nación de propietarios de viviendas. Pero durante los últimos 45 años, la propiedad de viviendas de la clase trabajadora ha disminuido vertiginosamente, del 65 por ciento al 35 por ciento.

La otrora legendaria “Tierra de Oportunidades Ilimitadas” se ha convertido en la tierra de la deuda impagable. La deuda de los hogares estadounidenses asciende ahora a 17,5 billones de dólares, de los cuales las hipotecas representan 12,4 billones de dólares, los préstamos para automóviles 1,6 billones de dólares, la deuda de tarjetas de crédito 1,1 billones de dólares y los préstamos personales 600.000 millones de dólares. En cuanto a los estudiantes, que recién comienzan en la vida, cargan con una carga de deuda de 1,7 billones de dólares. En promedio, 43 millones de estudiantes actuales o anteriores deben 37.000 dólares. Muchos estudiantes de posgrado deben mucho más.

Pero estas estadísticas, por importantes que sean como indicadores de la angustia social, no son por sí solas el propulsor decisivo de la revolución socialista. El proceso de globalización, ruinoso para el sistema de Estados nación, unifica a la clase trabajadora. Las cadenas globales de productos básicos pueden transformarse en redes globales para una acción revolucionaria dirigida conscientemente.

Además, actualmente vivimos en medio de una de las mayores revoluciones científicas de la historia. Los avances en las comunicaciones, subproducto de esta revolución, han puesto a disposición de la clase trabajadora medios extraordinarios para planificar, organizar y dirigir sus luchas a escala global.

Otra arma poderosa está ahora disponible para ser utilizada por la clase trabajadora. El desarrollo de las tecnologías de inteligencia artificial posibilita un aumento exponencial de la capacidad de la clase trabajadora para acceder a la información y al conocimiento. Por supuesto, las élites gobernantes buscan utilizar estas tecnologías en interés del sistema de ganancias.

Pero la inteligencia artificial abre posibilidades hasta ahora inimaginables para la educación y la ilustración política de las masas. El llamamiento a los trabajadores en el himno histórico del movimiento socialista, La Internacional, –“Fuera con todas vuestras supersticiones”– ha adquirido un medio poderoso para su realización. Cuando observó la primera detonación de una bomba atómica en julio de 1945, el físico Robert Oppenheimer recordó un pasaje de las escrituras hindúes: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Con el desarrollo de la IA, que puede caracterizarse más acertadamente como “Inteligencia humana exponencialmente expandida”, la tecnología –en la medida en que penetra e influye en la práctica política de las masas– se convierte en un aliado de la clase trabajadora en la destrucción del capitalismo.

Pero la tecnología por sí sola no puede provocar la revolución socialista. Para que la clase trabajadora imponga su solución socialista a la crisis del capitalismo mundial, debe resolver la crisis de dirección revolucionaria. Debe liberarse del control de los partidos políticos procapitalistas y de las burocracias sindicales que hacen todo lo que está a su alcance para reprimir la lucha de clases.

Por encima de todo, la clase trabajadora debe repudiar todas las variedades de nacionalismo reaccionario. El llamado a la unidad de la clase trabajadora internacional no es una quimera utópica. Es el fundamento esencial y único realista de la estrategia revolucionaria en el mundo moderno.

Hace cincuenta años este mes, los trabajadores y campesinos vietnamitas celebraron el Primero de Mayo de 1975 entrando a Saigón y derrocando al Gobierno títere de los Estados Unidos. Fue una derrota masiva para el imperialismo estadounidense. Pero la revolución quedó aislada por las políticas nacionalistas de las burocracias estalinistas en Moscú y Beijing. Y a pesar de todos los sacrificios de 30 años de lucha, el aislamiento nacional condujo a la restauración del capitalismo y a la degradación de Vietnam hasta convertirlo en una fuente de mano de obra barata.

Esta experiencia histórica es otra demostración más de que para la clase trabajadora no existen soluciones nacionales a las contradicciones globales del imperialismo. La afirmación de que una alianza multipolar de Estados nacionales representa una alternativa a la hegemonía del imperialismo estadounidense es una ilusión. Lo que se necesita no es una nueva alianza estratégica de Estados nacionales alineados contra Estados Unidos en Europa occidental, sino la abolición del sistema de Estados nación y de la propiedad capitalista de los medios de producción.

Hemos entrado en el período de las mayores luchas revolucionarias de la historia mundial, del que depende el futuro de la humanidad. No tiene sentido perder el tiempo especulando sobre si la clase trabajadora es revolucionaria o si el socialismo es posible. Marx escribió en sus Tesis sobre Feuerbach que los debates sobre la realidad o la irrealidad del pensamiento, aparte de la práctica, no tienen sentido. Los debates sobre la posibilidad de detener la guerra, derrotar al fascismo y establecer el socialismo, separados de la participación en la lucha de clases, son completamente inútiles. La viabilidad del socialismo se demostrará en la práctica.

La historia del siglo pasado demostró la posibilidad de una revolución socialista. Pero también demostró que la victoria depende de la construcción de una dirección marxista-trotskista en la clase trabajadora. El Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus partidos Socialistas por la Igualdad afiliados se dedican al cumplimiento de esta tarea.

En este crítico Primero de Mayo, hacemos un llamado a todos aquellos que participan en este acto mundial a unirse a nuestro partido mundial y luchar por la victoria del socialismo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 4 de mayo de 2025)

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