Los primeros 100 días del mandato de un presidente estadounidense tradicionalmente sirven como punto de referencia para evaluar la agenda y la dirección de una nueva administración. La práctica comenzó con Franklin Delano Roosevelt, quien en 1933 en medio de la Gran Depresión convocó al Congreso a una sesión especial y aprobó 15 proyectos de ley importantes que sentaron las bases para el Nuevo Trato.
Este fue un período en el que el capitalismo estadounidense estaba en auge. La clase dominante estadounidense, respondiendo al peligro de la revolución, promulgó, no sin amargos conflictos internos, políticas de reforma social. Si los primeros 100 días de Roosevelt, en sus propias palabras, “echaron el Nuevo Trato a andar”, los primeros 100 días de Trump han puesto en marcha la maquinaria de la contrarrevolución y la criminalidad.
Desde su primer día en el cargo, Trump se ha dedicado metódicamente a establecer una dictadura presidencial, siguiendo un plan elaborado por sus asesores fascistas. Esto comenzó el 20 de enero, cuando firmó una serie de órdenes ejecutivas que atacaban la libertad de expresión, socavaban otras protecciones constitucionales como la ciudadanía por derecho de nacimiento, ampliaban los poderes militares y ejecutivos y lanzaban un amplio asalto contra los inmigrantes y los opositores políticos.
En las semanas siguientes, la Casa Blanca se abalanzó a implementar esta agenda: la captura de estudiantes por oponerse al genocidio de Gaza, la deportación de inmigrantes bajo la Ley de Enemigos Extranjeros a campos de concentración en El Salvador, la deportación de al menos tres niños ciudadanos estadounidenses a Honduras y la detención de cientos de migrantes la semana pasada en Florida, en la primera de una serie de redadas masivas federales y estatales.
La Administración ha amenazado con deportar en masa a ciudadanos estadounidenses, a quienes Trump se refiere como “nacionales”, y está llevando a cabo un asalto sin precedentes al poder judicial, más recientemente con el arresto de la jueza Hannah Dugan. Ayer, Trump firmó una serie de nuevas órdenes ejecutivas que instruyen a la fiscala general Pam Bondi y a la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, a concebir “todos los recursos legales necesarios y medidas policiales” contra las llamadas ciudades santuario, al tiempo que refuerzan las protecciones legales para los agentes de policía acusados de violencia y asesinato.
En las últimas semanas, el régimen ha centrado su atención en las universidades, buscando reescribir los planes de estudio y purgar al profesorado en una versión estadounidense del proceso nazi de Gleichschaltung, o “alineamiento”. Basándose en el precedente establecido por la Administración de Biden, los funcionarios de Trump, muchos de los cuales ni siquiera pueden contener el deseo de dar saludos fascistas, están llevando a cabo esta campaña bajo la cínica bandera de combatir el “antisemitismo”.
Incluso algunos sectores de los medios de comunicación ahora reconocen las implicaciones de largo alcance de las acciones de Trump. El lunes, el New York Times citó a juristas que advierten que Estados Unidos está al borde de una dictadura. David Pozen de Columbia habló de “constitucionalismo autoritario”, Jack Balkin de Yale declaró que el sistema constitucional estaba “al filo de la navaja” y Burt Neuborne de la Universidad de Nueva York calificó el asalto de Trump al poder judicial como “una amenaza existencial para la democracia constitucional estadounidense”.
¿Qué condiciones sociales e históricas han producido la administración Trump? ¿Cómo es posible explicar no solo su elección sino su reelección? Tales preguntas rara vez se hacen, y mucho menos se responden seriamente, porque no apuntan a los atributos personales de Trump sino al carácter del propio capitalismo estadounidense.
Como explicó el World Socialist Web Site en un comunicado publicado el día después de las elecciones, el regreso de Trump a la Casa Blanca expresa “el realineamiento violento de la superestructura política estadounidense para corresponder con las relaciones sociales reales que existen en los Estados Unidos”.
Trump es la encarnación de la oligarquía, la personificación de su putrefacción. Representa el submundo político en el poder.
Las operaciones financieras en torno a la criptomoneda $TRUMP revelan el carácter de quienes gobiernan. La semana pasada, Trump y sus compinches anunciaron que el principal tenedor ganaría una cena con el presidente, lo que disparó su capitalización bursátil en 700 millones de dólares. En tan solo 48 horas, las personas con información privilegiada, incluido el propio Trump, se embolsaron casi 900.000 dólares en comisiones por operaciones.
Esta flagrante estafa financiera solo difiere en grado, no en esencia, de las operaciones diarias del cártel conocido como Wall Street. Estados Unidos está gobernado por una aristocracia financiera criminal que ha amasado una riqueza inimaginable. En 2024, el último año de la Administración de Biden, 19 familias multimillonarias aumentaron sus fortunas en 1 billón de dólares. Todo el sistema político funciona como su instrumento.
Esta oligarquía está llevando a cabo una contrarrevolución social masiva contra la clase trabajadora. En sus primeros 100 días, la Administración, a través del “Departamento de Eficiencia Gubernamental” (DOGE) supervisado por Elon Musk, ha despedido a decenas de miles de trabajadores federales, ha desmantelado agencias públicas, ha recortado drásticamente las regulaciones corporativas y ambientales y ha comenzado a preparar cientos de miles de millones en recortes a lo que queda de la red de seguridad social.
En salud, Trump ha desatado una campaña de destrucción encabezada por el teórico conspirativo antivacunas Robert F. Kennedy Jr, que ha despedido a más de 20.000 trabajadores sanitarios y ha desalentado los programas de vacunación, lo que ha provocado el resurgimiento de enfermedades como el sarampión y la tos ferina.
Mientras tanto, Linda McMahon preside el desmantelamiento de la educación pública y la privatización, profundizando el asalto a los derechos sociales básicos. Y el lunes, cientos de investigadores de todo el país fueron informados por correo electrónico que habían sido “dados de baja” de su trabajo de preparación de la próxima Evaluación Nacional del Clima, prevista para 2028.
Las formas democráticas de gobierno son incompatibles con la concentración masiva de riqueza y con las políticas necesarias para mantener esta riqueza.
Las formas democráticas tampoco son compatibles con las interminables guerras emprendidas por el imperialismo estadounidense para mantener la hegemonía mundial. Las guerras ilimitadas y cada vez mayores del imperialismo estadounidense que siguieron al final de la Guerra Fría se han transformado, bajo Biden y ante la guerra contra Rusia, en las fases iniciales de una guerra mundial.
Independientemente de los conflictos que existan dentro del Estado sobre la política exterior y las medidas de guerra comercial, Trump está siguiendo este mismo camino. Sus amenazas de apoderarse de Groenlandia, de Canadá y de retomar el canal de Panamá tienen como objetivo asegurar la dominación estadounidense del hemisferio occidental en preparación para el conflicto con China. Su profundización del genocidio de Gaza, ahora en sus etapas finales de limpieza étnica y hambruna masiva, expone la barbarie del imperialismo estadounidense, independientemente de que Trump cumpla o no su grotesco sueño de construir casinos sobre los huesos y los escombros.
La crisis de Estados Unidos no es una simple repetición de los años treinta. A diferencia de Hitler, Trump aún no tiene un movimiento de masas que lo apoya. Ha sabido capitalizar el odio generalizado a todo el sistema político, pero sigue siendo profundamente impopular. Y está presidiendo un Gobierno en crisis extrema.
A los 100 días, el índice de aprobación de Trump es de sólo el 39 por ciento, con un 55 por ciento de desaprobación, según una encuesta del Washington Post-ABC. Por su parte, CNN informa que sus índices de aprobación económica se han desplomado hasta el 35 por ciento en medio de los temores por los aranceles y la inflación. Sólo el 22 por ciento “aprueba firmemente” su presidencia, mientras que el doble la “desaprueba firmemente”. Hay una creciente oposición a todos los aspectos de las políticas de Trump, incluido su arremetida contra los inmigrantes.
Resultan aún más significativas las protestas masivas que involucran a millones de trabajadores y jóvenes en más de 1.500 grandes ciudades y pueblos pequeños en los Estados Unidos. Las manifestaciones del 5, 12, 19 de abril y más allá han revelado un poderoso mar de oposición, sistemáticamente ignorado u ocultado por los medios de comunicación corporativos. Los trabajadores y los jóvenes están asumiendo la lucha a pesar del apagón y los esfuerzos del Partido Demócrata para sofocarlos.
La pregunta básica que ahora enfrentan millones es: ¿qué se debe hacer?
Las acciones de la Administración de Trump en los últimos 100 días han conmocionado profundamente a los trabajadores y jóvenes en los Estados Unidos y en todo el mundo. Pero ningún sector del establishment político ofrece un camino a seguir.
El Partido Demócrata no es una fuerza de resistencia a la dictadura, es su facilitador. En los últimos 100 días, los demócratas han aprobado los presupuestos de Trump, manteniendo el financiamiento del Gobierno, y se han comprometido a “colaborar” con el fascista en jefe. Su respuesta al asalto de Trump a los derechos democráticos se ha limitado a declaraciones débiles mientras continúan habilitando su agenda.
Que Trump pudiera ser reelegido es una condena devastadora para el Partido Demócrata. Su regreso al poder es el producto del historial demócrata de callejones sin salida: su fijación en la política de identidades para las capas privilegiadas de la clase media- alta; su indiferencia ante el sufrimiento de los trabajadores por la inflación; y su apoyo implacable a la guerra sin fin, primero en Ucrania, ahora en Gaza. Los demócratas, no menos que Trump, sirven a la oligarquía en el poder.
En cuanto a figuras como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, funcionan como válvulas de presión, instrumentos para tratar de mantener la estabilidad del dominio capitalista. Durante el fin de semana, Sanders reiteró que está “en la misma página” con el Partido Demócrata, y le dijo a Meet the Press de NBC que “no estamos tratando de iniciar un tercer partido”. En cambio, insistió, “estamos tratando de fortalecer la democracia estadounidense”, lamentando solo que los demócratas “carecen de una visión para el futuro”.
Para los trabajadores y los jóvenes, sin embargo, no hay “futuro” sin una ruptura despiadada con el Partido Demócrata y todo el marco de la política burguesa. No hay futuro fuera de la lucha por el socialismo.
La cuestión básica es la perspectiva. Hay batallas masivas en el horizonte: contra la dictadura, contra la guerra, contra la desigualdad social. Estas luchas no pueden subordinarse a ninguna facción de la clase dominante capitalista. Deben estar armada s con una estrategia socialista e internacionalista dirigida a la abolición del propio sistema capitalista.
La tarea urgente es la construcción de una dirección revolucionaria que guíe estas luchas. Este es el objetivo central del Partido Socialista por la Igualdad y del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
El Partido Socialista por la Igualdad está encabezando la lucha por construir un movimiento obrero de masas para defender los derechos democráticos y oponerse al impulso hacia el fascismo y la dictadura. Instamos a todos los trabajadores, estudiantes y jóvenes que buscan una manera de avanzar a que asistan a nuestro Acto Internacional en Línea del Primero de Mayo el 3 de mayo, se unan a nuestro partido y asuman la lucha por el socialismo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de abril de 2025)
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