El papa Francisco, nacido Jorge Mario Bergoglio, murió el lunes a la edad de 88 años, luego de un prolongado caso de neumonía que lo mantuvo hospitalizado durante cinco semanas.
Desde que sonaron las campanas en la plaza de San Pedro del Vaticano anunciando su muerte, el ciclo de noticias en gran parte del mundo ha estado dominado por la cobertura aduladora del jesuita argentino, el primer papa latinoamericano.
En los Estados Unidos, donde apenas una quinta parte de la población se identifica como católica, los medios de comunicación profundizan incesantemente en las complejidades del papado. Esta fascinación solo puede explicarse en términos políticos y de clase.
Tras los homenajes de Barack Obama y Joe Biden, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que el primer viaje al extranjero de su segundo mandato será para asistir al funeral del papa en Roma, que tendrá lugar el sábado.
La canonización de los medios de comunicación de Bergoglio como el “padre de los pobres”, “hombre del pueblo” y el “papa progresista” tiene como objetivo colocar una última capa de barniz “democrático” y “moderno” en la Iglesia Católica, mientras otorga su bendición al giro global de las élites gobernantes a formas de gobierno fascistas y dictatoriales.
Hablando durante la búsqueda de huevos de Pascua de la Casa Blanca el lunes, el aspirante a Führer estadounidense llamó a Bergoglio “un buen hombre”. En una clara afrenta contra la separación de la iglesia y el Estado, Trump dijo, “Estamos trayendo de vuelta la religión a Estados Unidos”, y ordenó que las banderas de Estados Unidos y las estatales ondearan a media asta en todo el país.
La primera ministra fascista de Italia, Giorgia Meloni, aplaudió “el privilegio de disfrutar de su amistad, sus consejos, sus enseñanzas”. Meloni es la heredera política de Mussolini, quien también disfrutó de una estrecha amistad con el papado, incluso cuando sus pandillas de camisas negras golpeaban a clérigos y jóvenes católicos.
Desde el brasileño Lula da Silva y el español Pedro Sánchez hasta el fascistoide Ferdinand Marcos Jr. de Filipinas, varios gobernantes de países con grandes poblaciones católicas declararon días de luto nacional.
El presidente fascista de Argentina, Javier Milei, quien anteriormente había tildado a Bergoglio de “imbécil”, recordó la vez que fue recibido por el papa en el Vaticano y declaró una semana de luto.
Los trabajadores y los jóvenes de todo el mundo sienten una simpatía genuina al escuchar o leer sobre la dolorosa enfermedad de Bergoglio y sus denuncias de la guerra, la desigualdad, la codicia y el racismo, entre otras posiciones populares. Estos sentimientos surgen no por, sino a pesar de, los elogios provenientes de los odiados políticos capitalistas y los medios de comunicación.
Más recientemente, Bergoglio criticó los planes de deportación masiva de Trump como una violación de la dignidad humana y regañó al vicepresidente norteamericano, JD Vance, por afirmar que estas políticas se conformaban a la doctrina católica.
Uno casi podría ser perdonado por sospechar que la visita el domingo de Pascua de Vance al Vaticano fue demasiado para el pontífice, quien murió solo horas después.
“Sé que no te has sentido muy bien, pero es genial verte con mejor salud”, le dijo Vance al hombre visiblemente moribundo.
Pero la calificación de Bergoglio de los derechos de los migrantes como una prioridad para su papado, su encíclica calificando el cambio climático como una “crisis moral”, los llamados a despenalizar a la comunidad LGBTQ y otros gestos mínimamente “progresistas” nunca tuvieron la intención de alterar el carácter reaccionario de la Iglesia Católica, cuyas enseñanzas oficiales sobre temas como el matrimonio entre personas del mismo sexo, el aborto y la identidad de género permanecen intactos.
Los llamados de Bergoglio a la humildad no han impedido que la Iglesia Católica mantenga sus cientos de miles de millones de dólares en activos y su estatus como el mayor propietario del mundo.
Para el caso, su descripción de la desigualdad como una “enfermedad social” no le impidió recibir en los términos más amigables y complacientes a miembros de la aristocracia financiera contemporánea, incluidos Elon Musk de Tesla, Jeff Bezos de Amazon, Tim Cook de Apple y Mark Zuckerberg de Facebook.
Sus llamamientos de “paz” (famosamente besó los pies de caudillos militares de Sudán del Sur pidiendo el fin de la guerra civil) fueron de la mano con la bendición de líderes imperialistas responsables de los peores crímenes de guerra desde la Segunda Guerra Mundial, incluidos Obama, Biden y Trump.
Tales posturas performativas en temas sociales y ambientales tenían como objetivo rescatar la credibilidad popular de la Iglesia Católica ante una caída histórica de seguidores, en la medida en que los jóvenes y los trabajadores en general rechazaban su oscurantismo en la era de la globalización y los teléfonos inteligentes. Una adaptación limitada a la creciente radicalización de las masas en todo el mundo fue vista como una cuestión existencial para la Iglesia.
Ahora, las élites gobernantes de todo el mundo sacan provecho de la muerte del “papa del pueblo” como una oportunidad para proclamar un “retorno de la religión”, con todo su atraso e ignorancia. En medio de la crisis más profunda del capitalismo desde la Segunda Guerra Mundial, se considera que tales esfuerzos son necesarios para encubrir el enriquecimiento de los oligarcas y la represión de la creciente oposición de masas a través de la promoción de la reacción feudal y fascista.
Tal ha sido el carácter de los intentos anteriores de reformar la Iglesia Católica, que sigue siendo el mismo bastión de reacción que llevó a cabo la Inquisición y presidió el genocidio de los pueblos nativos durante el período colonial.
Figuras como el Papa León IX (1049–1054) condenaron la corrupción clerical y la simonía, pero las iglesias rurales permanecieron sumidas en abusos, contribuyendo a movimientos tildados de “herejes” como el catarismo. El Concilio de Trento (1545–1563) centralizó la doctrina y la disciplina, pero afianzó la alineación de la Iglesia con el poder político y la resistencia a la evolución doctrinal. Las reformas de Juan XXIII (1962–1965) modernizaron la liturgia, pero las batallas posconciliares sobre su implementación profundizaron las divisiones y no lograron resolver el clericalismo sistémico o los escándalos de abuso.
El propio pasado de Francisco refleja la alianza natural de la Iglesia Católica con el fascismo. Como figura destacada en la iglesia argentina durante la “Guerra Sucia” del país (1976–1983), Bergoglio fue acusado por sacerdotes y trabajadores laicos de colaborar con la dictadura militar en los esfuerzos por “limpiar” la Iglesia de elementos izquierdistas.
Esto no fue simplemente una falla personal; la jerarquía eclesiástica argentina en su conjunto proporcionó una cobertura y sanción moral a los torturadores y asesinos de la junta, asegurando que estaban haciendo “la obra de Dios”. Se estima que 30.000 presuntos “izquierdistas” entre trabajadores, estudiantes e intelectuales fueron “desaparecidos”, torturados y asesinados.
Bergoglio estuvo implicado en el secuestro en 1976 de los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, a quienes supuestamente no protegió, y fue acusado de retener el apoyo a su trabajo social en los barrios marginales de Buenos Aires, un factor que llevó a su detención.
La junta militar también secuestró sistemáticamente a bebés nacidos de mujeres en centros de tortura, colocándolos con familias alineadas con el régimen. Las sobrevivientes, incluida Estela de la Cuadra, testificaron que Bergoglio proporcionó una nota manuscrita a su padre en 1978 para preguntar sobre su hermana embarazada desaparecida, solo para enterarse de que el bebé había sido secuestrado por el régimen. Esto contradecía la afirmación judicial de Bergoglio en 2010 de que no estaba al tanto de los robos de bebés hasta después de la dictadura. Bergoglio testificó en 2010 para responder a estas acusaciones, aunque los sobrevivientes criticaron sus respuestas evasivas y su negativa a comparecer en una audiencia pública inicialmente.
Como papa, Francisco nunca regresó a su Argentina natal.
Independientemente de su estado mental el domingo, Bergoglio no tenía ninguna reserva a la hora de bendecir al Gobierno de Trump, incluso cuando este adopta las “desapariciones” políticas inspiradas en las juntas militares de América Latina, secuestrando a migrantes y estudiantes extranjeros que han protestado el genocidio en Gaza.
Ese fue su último acto oficial en la reunión con Vance y uno de los más importantes por los que será recordado.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 23 de abril de 2025)