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Perspectiva

La falsificación histórica al servicio de la propaganda de guerra

En su última incursión en la falsificación histórica, el New York Times publicó el martes un análisis noticioso que atribuye la Segunda Guerra Mundial a la Unión Soviética. El extenso artículo de Andrew E. Kramer, titulado “Una guerra en curso colisiona con el pasado: los vestigios de la Segunda Guerra Mundial en Ucrania”, no menciona ni el Holocausto ni la guerra de aniquilación nazi contra el pueblo soviético.

El artículo es solo la mentira histórica más reciente del Times al servicio de la guerra por delegación de EE.UU. y la OTAN en Ucrania.

Desde el inicio de la guerra, el Times ha intentado legitimar el relato profascista de los nacionalistas ucranianos. Algunos aspectos clave incluyen la minimización del Holocausto, de la colaboración de los nacionalistas ucranianos en el asesinato masivo de judíos y polacos, y de la alianza de la Organización de Ucranianos Nacionalistas (OUN) con el régimen nazi; la afirmación de una equivalencia política y moral entre la Alemania nazi y la Unión Soviética; y las alegaciones repetidas de que la Ucrania contemporánea no padece de influencias neonazis ni fascistas.

Artillería alemana sobre Kiev, 1941 [Photo]

En este contexto, Kramer argumenta increíblemente que la Segunda Guerra Mundial comenzó con la invasión de Polonia por parte de la Unión Soviética. Escribe:

La Segunda Guerra Mundial comenzó en lo que hoy es Ucrania en 1939 con una invasión soviética en el territorio entonces controlado por Polonia de Ucrania occidental, en un momento en que la Unión Soviética y la Alemania nazi se encontraban en una alianza militar. Cuando el pacto se rompió en 1941, Alemania atacó y luchó en dirección oeste-este a través de Ucrania.

Esta afirmación transgrede la cronología básica de la guerra. La Segunda Guerra Mundial no inició con la irrupción soviética en el tercio oriental de Polonia el 17 de septiembre de 1939, sino con el blitzkrieg nazi contra los dos tercios occidentales del país el 1 de septiembre de 1939.

El Times, ante una avalancha de cartas hostiles, alteró cínicamente la oración sin ofrecer una explicación y de una forma que perpetúa el objetivo de la falsificación original. La oración fue cambiada a “La Segunda Guerra Mundial alcanzó lo que hoy es Ucrania en 1939 con una invasión soviética en el territorio entonces controlado por Polonia en Ucrania occidental…”. El cambio subrepticio de los verbos no altera la intención de Kramer. El lector todavía ha de creer que la Unión Soviética “comenzó” la Segunda Guerra Mundial.

El reparto de Polonia, los Estados bálticos y Finlandia había sido acordado por la Alemania nazi y la Unión Soviético en el Pacto Molotov-Ribbentrop de agosto de 1939.

Stalin, cuyos llamados frentepopulistas a las “democracias occidentales” de Reino Unido, Francia y Estados Unidos habían caído en saco roto —súplicas que asumieron la forma de intentos de congraciarse con los Gobiernos capitalistas a cambio de traicionar los movimientos obreros— concluyó el acuerdo con la Alemania nazi en un intento desesperado de posponer las consecuencias inevitables de sus propias traiciones de la clase trabajadora europea.

El pacto de Stalin con Hitler fue un paso completamente reaccionario y una traición pasmosa. Trotsky, quien había predicho el acuerdo de Stalin con Hitler, explicó: “Hitler necesitaba la ‘neutralidad’ amistosa de la URSS además de las materias soviéticas” para llevar a cabo su política de guerra. El pacto produjo una ola de rechazo contra la Unión Soviética y desorientó a la clase trabajadora internacional, y especialmente a los trabajadores de Alemania, quienes entonces sufrían bajo la bota nazi. “[E]n cuanto a la clase trabajadora”, Trotsky escribió, “estos señores no la toman en consideración del todo”. Continuó:

Es necesario penetrar por un momento la psicología de un trabajador alemán revolucionario, quien, poniendo en peligro su vida, combate ilegalmente el nacionalsocialismo y de repente ve que el Kremlin, que cuenta con enormes recursos, no solo no combate a Hitler, sino que firma un acuerdo empresarial ventajoso en el escenario de un saqueo internacional. ¿No tiene el derecho el trabajador alemán a escupirles en el rostro a sus antiguos maestros?

Cabe mencionar que Stalin no fue el único que subestimó los planes de Hitler. Tan solo un año antes del pacto con la URSS, Reino Unido y Francia negociaron el famoso Acuerdo de Múnich con Alemania, entregándole Checoslovaquia a los verdugos nazis. Así como lo hizo el primer ministro británico Neville Chamberlain, Stalin se engañó a sí mismo creyendo que Hitler respetaría su parte del acuerdo. Además, las potencias imperialistas de Reino Unido y Francia esperaban que Hitler, en vez de movilizarse hacia el oeste, libraría una guerra contra el Estado obrero soviético.

Trotsky, en exilio en México y en la cúspide de su capacidad de análisis político, advirtió que cualquier concesión de Hitler era “en el mejor de los casos episódica y su única garantía es la firma de Ribbentrop en un ‘trozo de papel’”. Trotsky predijo, menos de un año antes de su asesinato a manos de uno de los agentes de Stalin, que la Unión Soviética sería invadida una vez que Hitler ajustara cuentas en el frente occidental.

Stalin y los aduladores burocráticos que lo rodeaban tuvieron que hacer caso omiso del testimonio de Hitler en Mein Kampf y de los innumerables discursos rabiosos en los que el Führer prometía que Alemania borraría a la Unión Soviética de la faz de la tierra, destruiría a los judíos y subyugaría a los eslavos, que consideraba Untermensch [subhumanos], de Ucrania y Rusia para crear l ebensraum [espacio vital] para la raza superior aria. Durante los 21 meses que separaron el Pacto Molotov-Ribbentrop de la invasión alemana de la Unión Soviética, Stalin siguió el pacto de no agresión al pie de la letra, desoyendo las repetidas advertencias de que una invasión era inminente.

El pacto de no agresión Hitler-Stalin no solo se “rompió”, como escribe absurdamente Kramer. Hitler lo repudió en la que sigue siendo la mayor invasión de la historia mundial, la Operación Barbarroja. A pesar de todas las traiciones de Stalin, la Unión Soviética siguió siendo el objetivo central de los planes de Hitler. Kramer no menciona que unos 27 millones de ciudadanos soviéticos murieron en la guerra, ni que 900.000 judíos ucranianos fueron asesinados por los nazis y sus aliados fascistas ucranianos, cuyos herederos políticos directos pueblan hoy el régimen de Kiev y su ejército. El New York Times hace la vista gorda de otro hecho sumamente importante: fue la invasión nazi de la Unión Soviética la que preparó el escenario para los crímenes más espantosos del régimen nazi, incluido el Holocausto.

El resto del artículo de Kramer describe cómo se han descubierto restos de la Segunda Guerra Mundial, como grafitis con esvásticas, cadáveres de alemanes, trincheras de hace décadas y cosas por el estilo, en el conflicto actual. Kramer apenas puede disimular su alegría ante tales hallazgos, ni su entusiasmo por la forma en que los combates actuales reflejan perfectamente el ataque de la invasión nazi a la Unión Soviética décadas antes:

Ucrania contemporánea se hace eco de aquella ofensiva [nazi] de la Segunda Guerra Mundial, combatiendo en los mismos lugares en el sureste de Zaporiyia, que el ejército ucraniano llama la “dirección Melitopol”. El objetivo estratégico es el mismo que hace ocho décadas: aislar a los soldados enemigos en la región de Jerson y amenazar Crimea...

Kramer considera que los “soldados enemigos” de la Segunda Guerra Mundial eran los hombres y mujeres soviéticos del Ejército Rojo, que incluía a millones de rusos y ucranianos. No se avergüenza de presentar al ejército ucraniano actual, armado hasta los dientes por Washington, Berlín, Londres y sus aliados de la OTAN, como los herederos de la Wehrmacht.

Al igual que la Administración de Biden y sus aliados de la OTAN, el Times está “metido de lleno” en la guerra por delegación en Ucrania. Su papel especial, como principal órgano del liberalismo estadounidense, es venderle la guerra a un público que desconfía instintivamente de las declaraciones de la Casa Blanca sobre la “lucha por la democracia” después de décadas de tantas mentiras. Pero siempre obediente a los objetivos imperialistas de Washington, el Times ha llenado sus páginas con afirmaciones de que Putin es la nueva y —en realidad, esta vez— la verdadera encarnación del mal, después de Huseín, Asad, Gadafi, Milošević, Noriega, etc., y, además, que la invasión rusa de Ucrania fue un acto totalmente no provocado.

El World Socialist Web Site se ha opuesto por décadas intransigentemente a Putin, su Gobierno y las fuerzas reaccionarias de clase que representa, mientras el Times celebraba la restauración del capitalismo en Rusia y la antigua Unión Soviética. Nos oponemos a la invasión reaccionaria de Putin. Pero no es cierto que “no fue provocada”. La invasión fue una respuesta desesperada a la expansión de la OTAN. Como han declarado abiertamente numerosos estrategas favorables a la OTAN, Washington pretende utilizar la guerra para lograr un cambio de régimen en Moscú y desintegrar Rusia.

El Times también se ha encargado de falsificar la naturaleza y el carácter del régimen ucraniano. Esto es difícil, ya que la adopción del fascismo por parte de Kiev está a la vista de todo el mundo. Se erigen estatuas al colaborador nazi Stepan Bandera, mientras se profanan y destruyen monumentos a los soldados soviéticos que lucharon contra los invasores nazis, en una lucha conocida tanto por rusos como por ucranianos como “la Gran Guerra Patria”. La fuerza de combate más célebre de Ucrania, el Batallón Azov, es una organización abiertamente supremacista blanca y pronazi.

Durante el primer año de la guerra, el Times intentó ocultar estas verdades incómodas. La propaganda de guerra del Times se ha transformado ahora en apologías pronazis. Kramer ha presentado a los lectores una interpretación de la Segunda Guerra Mundial que Joseph Goebbels no discutiría. Su artículo se produce en medio de un silencio absoluto de los medios de comunicación occidentales sobre el Holocausto en Lituania, donde se celebró la última cumbre de la OTAN en Vilna, y tras las apologías del Times sobre el uso de parafernalia nazi por parte de soldados ucranianos.

La falsificación de la historia de la Segunda Guerra Mundial por parte del Times no ha surgido de la nada. Al igual que hizo con su falsificación racista de la historia estadounidense, el Proyecto 1619, el Times se ha apoyado en unos cuantos académicos sin principios como el exhistoriador de Yale y actual especialista en propaganda Timothy Snyder, y en la complicidad o el silencio de amplias capas de historiadores. Por supuesto, no es de extrañar que figuras como Snyder, cuyos escritos de historia están hechos a medida para el Departamento de Estado, o el admirador alemán de Hitler Jörg Baberowski de la Universidad de Humboldt, o el neoliberal Francis Fukuyama de la Universidad de Stanford, que ahora elogia abiertamente al Batallón Azov, se alistaran al servicio de la guerra imperialista.

Pero, ¿dónde están las legiones de historiadores “revisionistas” y de “izquierda” sobre Rusia y de la Unión Soviética que saben algo de la invasión nazi de la Segunda Guerra Mundial en general y de la catástrofe de Ucrania en particular? Ha habido algunas valientes excepciones, pero muchos más han acogido con entusiasmo la guerra por delegación de la OTAN contra Rusia. El principal organismo académico de estudios rusos, la Asociación de Estudios Eslavos, de Europa Oriental y Euroasiáticos (ASEEES, por sus siglas en inglés), ha concentrado su próxima conferencia anual en la “descolonización” de Rusia. ¿La CIA o el Pentágono le habrían dado otro nombre? Bajo el manto de la guerra, resurgen los tropos antirrusos y de “sovietólogos” más repugnantes, que en su día se dieron por muertos y enterrados tras los excesos de la era mccarthista.

Hace unos años, la afirmación de Kramer de que la Unión Soviética inició la Segunda Guerra Mundial habría sido objeto de una ola de denuncias por parte de los historiadores. También lo habría sido el silencio de su artículo sobre el Holocausto y el asesinato masivo de ciudadanos soviéticos. Pero en 2023, las mentiras y las distorsiones históricas son las que mandan. El escepticismo es el más intolerable de los insultos.

(Publicado originalmente en inglés el 18 de julio de 2023)